El futuro de Libia continúa siendo incierto

Jorge Tamames
 |  27 de mayo de 2016

Una imagen que captura la situación difícil y compleja de Libia: la de esta protesta, celebrada a principios de mayo. La pancarta del centro exige a la ONU retirar el embargo de armas impuesto al gobierno libio en 2011, cuando Muamar Gadafi reprimía las protestas de la primavera árabe. La pancarta de la derecha denuncia el intervencionismo de potencias extranjeras en el país, que, desde la caída del dictador, se ve lastrado por enfrentamientos recurrentes entre diferentes grupos armados.

A simple vista, suministrar armamento al gobierno podría entenderse como una forma de intervencionismo. Faiez Serraj, que accedió al poder a finales de marzo con el respaldo de la ONU, mantiene un liderazgo débil, amenazado por dos gobiernos alternativos (uno islamista, también en Trípoli, otro en la ciudad oriental de Bengasi, principal foco de la revolución de 2011) y un sinfín de grupos armados que operan en el resto del país.

En realidad, el intervencionismo que critica la pancarta es otro. Desde principios de 2016, potencias occidentales (Estados Unidos, Reino Unido y Francia) mantienen una presencia armada en Libia, compuesta principalmente por drones y unidades de operaciones especiales. Tanto Egipto como EE UU han recurrido a bombardeos puntuales de grupos rebeldes. Su principal amenaza, en teoría, empieza al este la ciudad de Misrata, donde se extienden 400 kilómetros de costa mediterránea controlados por la filial nacional del Estado Islámico. Sirte, cuna de Gadafi y capital del EI en Libia, ha sido sometida a un régimen brutal de represión y ejecuciones. Se calcula que el grupo cuenta con alrededor de 6.000 combatientes en el país.

 

Libya

 

Lejos de apuntalar al actual gobierno, las fuerzas extranjeras podrían contribuir a debilitarlo. Un informe reciente del European Council on Foreign Relations señala que la colaboración con fuerzas ajenas a las órdenes de Serraj erosiona al gobierno libio, al tiempo que reduce los incentivos para que los diferentes grupos armados se unan contra el EI. “Casi con toda probabilidad Dáesh tiene conexiones con grupos armados y con redes tribales fuera de las zonas que controla”, señala Manuel Muñiz, director del Programa de Relaciones Transtalánticas Del Weatherhead Center, en la Universidad de Harvard, y ex consultor de la Misión de Apoyo de las Naciones Unidas en Libia (UNSMIL). “Esta realidad poliédrica significa que cada vez que un misil occidental cae sobre territorio libio cambian las condiciones del diálogo de paz”.

El país permanece en una situación extremadamente frágil. En su día uno de los Estados más ricos de África, Libia podría acumular en 2016 un déficit público del 54% del PIB. La actividad económica se ha ralentizado, y el volumen de producción de petróleo es una quinta parte de lo que era en tiempos de Gadafi. El ECFR recomienda priorizar la recuperación económica de Libia para dotar al país de un mínimo de estabilidad. También señala la necesidad de promover una reconciliación entre los diferentes grupos armados, propiciada por una acción diplomática coordinada entre las potencias que actualmente intervienen en Libia (EE UU, la Unión Europea, la Unión Africana y la Liga Árabe). Si se diesen estas condiciones –que no es poco–, el gobierno se vería capacitado para derrotar al EI y reconstruir Libia con legitimidad.

Entre los retos principales de Libia, Muñiz destaca la ausencia de un Estado con capacidad para articular la vida social y política del país, además de una cultura de consenso aún en estado incipiente. Por parte de Occidente, señala que es necesario ser “más modestos y esperar cambios graduales” en vez de priorizar soluciones militares inmediatas.

EE UU, sin embargo, parece dar prioridad a este tipo de enfoque. En la reciente cumbre de ministros de asuntos exteriores, celebrada el 16 de mayo en Viena, John Kerry apoyó los esfuerzos del gobierno libio para poner fin al embargo de armas. Tres días después, el Washington Post reveló que el Pentágono planea enviar asesores militares a Libia, ampliando el perfil de la intervención estadounidense en el país.

No está claro hasta qué punto estaría EE UU dispuesto a volcarse en una operación de este tipo. Cinco años después del inicio de la intervención de la OTAN en Libia, el país permanece sumido en la violencia –un desenlace que Barack Obama no previno, y que recientemente calificó como el “mayor error” de su presidencia. De cara a las elecciones presidenciales, la oposición republicana ha usado el asesinato del embajador estadounidense en Libia, en septiembre de 2012, como arma arrojadiza contra Hillary Clinton, entonces secretaria de Estado y actualmente favorita para hacerse con la nominación demócrata.

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