elecciones generales en Nigeria
Los dos candidatos a las elecciones generales de Nigeria, Muhammadu Buhari (APC) y Atiku Abubakar ( PDP), se estrechan la mano durante el acto de firma del pacto de paz.

Elecciones en Nigeria: ensayo para la democracia africana

Marcos Suárez Sipmann
 |  14 de febrero de 2019

Este sábado se celebran elecciones presidenciales y parlamentarias en Nigeria. Los comicios marcan el vigésimo aniversario del retorno de la democracia. Desde la independencia de Reino Unido en 1960, se vivió una larga lista de golpes de Estado.

Con casi 200 millones de habitantes, Nigeria es el estado más poblado de África. Y, pese a ser la primera potencia petrolera del continente, también el más pobre. Es en la actualidad el país del mundo con el mayor número de personas viviendo bajo el umbral de pobreza extrema (87 millones), por delante de India, según el barómetro World Poverty Clock.

Son 73 los candidatos, si bien la disputa de la presidencia es cosa de dos. El jefe de Estado saliente, el general Muhamadu Buhari (76), del gobernante Congreso de Todos los Progresistas (APC) y Atiku Abubakar (72), líder de la principal formación opositora, el Partido Popular Democrático (PDP). Dos hombres viejos para una población extremadamente joven. Una tasa de natalidad de casi 40% y un porcentaje de niños de más del 40% por solo el 3% de mayores de 65.

Poco después de la llegada al poder de Buhari, Nigeria se sumió en una recesión entre 2016 y 2017. La economía en exceso dependiente del petróleo se resintió por la caída de los precios del crudo. El crecimiento se está recuperando de modo muy lento. Ha intentado posicionarse como un político cercano al pueblo con su medida “Trader Moni”, un sistema de microcrédito de 24 a 75 euros, para dos millones de pequeños comerciantes en los mercados. Cuenta entre sus logros con algunos planes de infraestructura aunque su balance es pobre habiendo fracasado en tres áreas fundamentales. En la lucha contra la corrupción Nigeria pasó del puesto 136 (2016) al 148 (en 2017) en el Índice de Percepción de Corrupción de Transparencia Internacional. La seguridad ha empeorado con el país en el puesto 16 de los menos pacíficos del mundo del índice de Paz Global en 2018. El rescate de la economía resultó igualmente fallido: en el informe del Banco Mundial del pasado año sobre facilidad para hacer negocios, Nigeria ocupó la posición 146 de 190, un retroceso con relación a listados anteriores.

Los citados déficit en la gestión dan una ventaja electoral a Abubakar, exvicepresidente quien opta por cuarta vez a la jefatura del Estado. Ha sabido conquistar el corazón de tres poderes fácticos clave: el de su propio partido, que gobernó desde 1999 hasta 2015, el de los militares y el de los empresarios, sobre todo en el sur. Este próspero empresario defiende una política liberal para salir del marasmo económico, tras el fuerte intervencionismo estatal de Buhari, incluso sobre el Banco central. El tema económico ha centrado su campaña con el lema de que “Nigeria vuelva al trabajo” (“Make Nigeria work again”). Promete impulsar la formación laboral, liberalizar las compañías estatales, impulsar las pequeñas y medianas empresas, invertir en infraestructuras y bajar impuestos. Lo que causa incertidumbre es que, también él, es sospechoso, de haberse enriquecido con prácticas corruptas.

Como indica Cheta Nwanze, analista del gabinete SBM Intelligence, en la megalópolis económica Lagos, Buhari se presenta como un hombre de Estado, progobierno, en un sistema de nacionalización de servicios, mientras que Abubakar se ubica como pro-business, y quiere alentar el sector privado. Como se ha puesto de manifiesto y simplificando podría afirmarse que quien detenta el poder se enfrenta a quien tiene el dinero.

Durante un mes ambos han recorrido los 36 estados nigerianos y el distrito federal congregando a numerosos seguidores en gigantescas manifestaciones. Relativiza este carácter multitudinario el hecho de que los asistentes pueden obtener algo de dinero, alimentos o “regalos” lanzados por los equipos de campaña a la muchedumbre.

El desafío del conflicto electoral

Nigeria tiene antecedentes de violencia durante los comicios. En 2011, unas 800 personas murieron tras disturbios en el norte después del anuncio de las elecciones. En 2015, 58 perdieron la vida. Por esta razón los dos principales contendores suscribieron en diciembre un pacto de paz. Según el mismo acordaron no promover violencia antes, durante ni después de las presidenciales. Una iniciativa loable que no garantiza la seguridad.

El país está dividido entre un sur mayoritariamente cristiano y un norte con dominación musulmana, además de unos 250 grupos étnicos. La elección de los candidatos suele estar basada más en su región de origen o su religión que en sus ideas o programa. Sin embargo, en esta ocasión los dos principales contendientes son musulmanes y pertenecen a la etnia Hausa, dominante en el norte. En el sur prevalece la etnia yoruba.

Tanko Yakasi, expolítico de 93 años, y memoria viva de la etapa pos-colonial señala que “esta vez (…) no habrá sectarismo o tribalismo” en la elección, al tiempo que opina que será “muy reñida” y podría ser “ganada por Atiku”. No obstante, que sean dos musulmanes norteños los que se disputan la presidencia no ha reducido las tensiones. Con el final de la campaña la retórica se ha tornado agresiva y se multiplican los casos de violencia por lo que ayer ambos candidatos renovaron su promesa de aceptar el resultado y evitar cualquier incitación a la violencia.

Algunas encuestas han llegado a otorgar la victoria a Abubakar con una diferencia de votos de alrededor del 12 por ciento. Por su parte, la Unidad de Inteligencia de The Economist precisaba a comienzos de este mes, que “su margen de victoria se estrecha a medida que se acerca la votación”. En cualquier caso la pregunta será si Buhari respeta el pacto.

Factor determinante es la devastación en la región del Noreste por el conflicto entre el ejército y la insurrección yihadista de Boko Haram. Más de 20.000 muertos y unos tres millones de personas huidas de sus hogares en la última década. La entrega de ayuda es un desafío, muchas áreas son inaccesibles para las organizaciones humanitarias. A ello hay que añadir una serie de emergencias médicas, incluido un reciente brote de cólera. Los ataques tienen lugar con regularidad y las operaciones militares están en curso en muchas partes del estado de Borno.

El terror se ha reactivado provocando una nueva ola de desplazados internos y refugiados. Más de 30.000 desde diciembre. Los brazos armados de Boko Haram se han atrincherado en la zona fronteriza con Camerún y en los alrededores del Lago Chad y siguen contando con capacidad operativa para golpear a la población.

Acudir a las urnas se presenta como una tarea complicada y centenares de miles de desplazados no podrán hacerlo.

En lo que se refiere al proceso electoral cabe señalar que la Comisión Electoral Nacional Independiente de Nigeria (INEC) ha mejorado su gestión. Una enmienda de constitucional en 2011 liberó a la Comisión de ataduras con la presidencia. Desde entonces está financiada por el Fondo Consolidado, que financia asimismo al Poder Judicial y la Asamblea Nacional, y el presidente ya no puede contratar ni destituir unilateralmente al jefe de la INEC sin confirmación del Senado. Su credibilidad aumentó tras las elecciones de 2015 en las que el entonces presidente fue derrotado. A pesar de estos avances subsisten las dudas sobre la integridad e imparcialidad de la INEC. Hay preocupación de que el ente pudiera plegarse ante el partido gobernante para intentar alguno tipo de amaño.

Otro motivo de desasosiego es la independencia del Poder Judicial, árbitro final en litigios poselectorales. Recientemente, el presidente Buhari suspendió al juez supremo, Walter Onnoghen, acusado por un grupo de la sociedad civil vinculado al presidente de actividades ilícitas financieras. Una acción inconstitucional que aumenta temores de presión dictatorial del mandatario, ilegalidad del Ejecutivo e intentos de desarmar el Poder Judicial.

Es mucho lo que se juega en Nigeria para afianzar su pacificación y desarrollo. Y en especial más allá de sus fronteras.  La posibilidad de un conflicto poselectoral a gran escala sería una perspectiva nefasta para las frágiles democracias africanas. Pero si las elecciones son libres, justas y transparentes, constituirán un poderoso ejemplo a seguir para la veintena de citas electorales este año en el continente.

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