Las tristes elecciones griegas

Irene Martín
 |  17 de septiembre de 2015

El 20 de septiembre los griegos se enfrentan a las segundas elecciones generales este año y a la tercera consulta, si sumamos el referéndum del 5 de julio. Si hubiera que destacar algo de las presentes elecciones en Grecia es la indiferencia, la decepción y el hartazgo de los ciudadanos, así como la velocidad con la que se ha esfumado la ventaja electoral y de popularidad con la que contaban hasta hace poco más de un mes Syriza y su líder, Alexis Tsipras. Dadas las circunstancias, se espera un aumento considerable la abstención y todas las miradas están puestas en los indecisos, ya que de ellos dependerá el eventual desempate entre los dos partidos que encabezan las encuestas: Syriza y Nueva Democracia. Aunque no se conoce qué acabarán votando ni si acabarán haciéndolo, sí se sabe que la mayoría de ellos votó a Syriza en enero. Por eso, muchos sospechan que será a favor de este partido del que se incline la balanza en el último momento, aunque nadie pone la mano en el fuego.

Tsipras pide a los griegos la mayoría absoluta para seguir luchando como hasta ahora y poder aplicar las medidas de ajuste con criterios de justicia social. Por su parte, Vanguelis Meimarakis, el líder de Nueva Democracia, insiste en que, de ser su partido el ganador, ofrecerá al segundo partido gobernar en coalición. Esta posibilidad ha sido rechazada una y otra vez por Tsipras. Tras el visto bueno a las propuestas de los acreedores a mediados del pasado mes de julio, el entonces primer ministro perdió su legitimidad como partido “anti-memorandum”, así como el apoyo de una buena parte de sus propios diputados. Su nueva estrategia discursiva durante esta campaña consiste en señalar a los partidos que han llevado a Grecia a esta situación como los responsables últimos de la inevitable la firma de dicho acuerdo. Ante un debilitado Pasok que no acaba de levantar cabeza, Nueva Democracia aparece como el principal representante de ese “viejo sistema”. El líder de Nueva Democracia está respondiendo a estos ataques adoptando un tono paternalista y acusando a Tsipras de inexperiencia e ingenuidad por pensar que podría lograr mejores condiciones frente a los acreedores que el gobierno al que desbancó el pasado enero.

Lo que nadie duda es que una mayoría absoluta queda fuera de los límites de lo posible. Dando esto por supuesto, el líder de Nueva Democracia aboga por una gran coalición. El líder de Syriza, aun cuando sigue pidiendo a los griegos apoyos para lograr la mayoría absoluta, transmite el mensaje tranquilizador de que, si gana su partido, no habrá segundas elecciones. En definitiva, reina el convencimiento de que, sea el que sea el resultado, el gobierno que salga de estas elecciones será un gobierno de coalición. La indiferencia de los griegos se explica porque ni los márgenes de decisión que impone el acuerdo con el “cuarteto” que representa a los acreedores, ni los integrantes de una más que probable coalición de gobierno serán distintos en función de qué partido sea el que gane las elecciones. Los principales candidatos a acompañar al partido más votado son Pasok (en coalición con Dimar) y el joven partido Potami.

Ambos fueron los compañeros de Nueva Democracia en la campaña del “sí” a la firma del acuerdo con los acreedores cuanto antes –y las medidas de austeridad correspondientes– durante el referéndum. En el caso de Syriza la apertura a una posible coalición con estos mismos partidos se ha dejado entrever más tímidamente y, en todo caso, condicionada a que ambas formaciones decidan posicionarse claramente a favor de políticas progresistas y romper con el “viejo sistema”, corrupto y clientelar.

Tanto en uno como en otro caso, la apuesta europeísta de cualquiera de estas coaliciones queda fuera de dudas, lo que probablemente explica la aparente tranquilidad con que esta consulta, a diferencia de las anteriores, se está viviendo en Bruselas. Las diferencias entre los dos principales partidos han quedado reflejadas en las declaraciones con las que los líderes de ambos han sembrado los dos debates televisados durante la campaña, tan vagas aquellas como anodinos estos últimos. Cuando miran al pasado, Tsipras insiste en que este tercer memorándum firmado con los acreedores durante su mandato supone mejoras frente a los anteriores (menores exigencias en cuanto al superávit primario, financiación garantizada por tres años, tipos de interés más bajos para la devolución del préstamo, el compromiso de renegociación del monto de la deuda una vez superada la próxima evaluación del programa de rescate…), mientras que Meimarakis le acusa de haber firmado un acuerdo que supone medidas más duras que las de los firmados por el gobierno anterior, liderado por Nueva Democracia.

Cuando ponen la vista en el futuro, Meimarakis centra su discurso en la necesidad de que vuelva la estabilidad política y económica y, con ellas, inversiones y oportunidades de generar empleo, sin hacerle ningún asco a las privatizaciones como forma de lograrlo. Tsipras, por su parte, hace hincapié en que seguirá luchando para amortiguar los efectos negativos de las políticas de austeridad entre los sectores más empobrecidos, reforzar el sector público y demostrarle a Europa que, por su bien y por el de Grecia, debe dar un giro en su modelo económico.

Uno de los aspectos centrales del discurso del líder de Syriza es la necesidad de reformar las instituciones, poniendo fin al poder de unos pocos que se han escudado durante décadas en prácticas corruptas, clientelares y en el fraude fiscal. En caso de formarse una coalición con Syriza como eje central, este es un elemento que comparte especialmente con Potami, que también ha hecho de la reforma del Estado el punto central de su programa.

No es este de las reformas institucionales un programa de mínimos, ni mucho menos, y no sería un mal resultado para estas tristes elecciones un gobierno que dedicara todos sus esfuerzos a romper con inercias de décadas, por no remontarnos a las fallas del Estado griego desde el mismo momento de su incepción. El problema está en que estas medidas, además de gran ingenio y tesón, requieren de recursos con los que el Estado griego no cuenta. Y, lo que es incluso peor, requieren del apoyo y la legitimidad de la mayoría de sus ciudadanos. Este último cartucho parece haberse esfumado de julio a esta parte. El tiempo dirá si no fue una oportunidad perdida que los supuestos sinceros defensores de las reformas no han sabido, o no han querido, aprovechar.

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