«El nacionalismo es maleable, las élites políticas lo usan según les interesa»

Jorge Tamames
 |  12 de noviembre de 2018

Catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad de Santiago de Compostela, Xosé M. Núñez Seixas (Orense, 1966) es uno de los investigadores más destacados del nacionalismo en España. Acaba de publicar Suspiros de España (Crítica), donde aborda la evolución del nacionalismo español durante los dos últimos siglos. Hablamos con el historiador sobre el pasado, presente y futuro del país, en un momento en que los nacionalismos parecen resurgir con mayor intensidad que nunca.

 

Política Exterior (PE). Tu relato del nacionalismo español arranca en el siglo XIX, con la guerra contra la ocupación francesa, después presentada como una guerra de independencia. La pérdida de las colonias latinoamericanas por aquel entonces apenas causó impresión, pero el desastre de 1898 llevó a un replanteamiento profundo de lo que era España.

Xosé M. Núñez Seixas (XNS). Es un indicador de que algo pasó en ese siglo en términos de construcción nacional. Hay parte de la historiografía que considera que la construcción del Estado-nación español del siglo XIX es un fracaso. Pero que se viva la pérdida de Cuba y Puerto Rico como un fracaso también indica que se había desarrollado una conciencia común de pertenencia, que también incluía esos territorios, considerados no como colonias en el sentido clásico sino como provincias adyacentes.

PE. Destacas tres consecuencias de aquella crisis: el nacimiento de un pesimismo existencial respecto al país, una obsesión con enemigos internos que acaba desplazando a la amenaza de los enemigos externos, y una tendencia a exaltar el valor del pueblo español como agente redentor en la historia del país. Parece que más de cien años después seguimos en la sombra de estas ideas.

XNS. Hay una continuidad casi pasmosa en las líneas generales. Obviamente, lo que luego cambia son las circunstancias. Pero el pesimismo ligado a la idea de que España es un Estado-nación fallido, que no sabe cómo evolucionar desde gran imperio en el pasado a nación moderna en el presente se ha diluido en algunas etapas del siglo XX: en la segunda república o entre finales de los ochenta y principios de este siglo, aunque luego reemerge con fuerza. Que hay un componente reactivo ante los nacionalismos periféricos me parece evidente: a partir de 1901, el nacionalismo español se mueve al compás del desafío interior, porque apenas siente desafíos externos, a diferencia de lo que ocurre en otros países

PE. El libro describe cómo se consolida, a través de pensadores como Rafael Altamira, la idea de la lengua como columna vertebral de la nación. Es otra idea que continúa vigente: muchas de las tensiones entre nacionalismos periféricos y nacionalismo español tienen que ver con el estatus del castellano en las autonomías.

XNS. Justamente es eso. Es bastante pasmoso comprobar cómo en el siglo XIX la lengua juega un papel muy secundario como gran elemento definidor de la españolidad. Se da por supuesto. Y cuando hay alguna inquietud es, sobre todo, cuando algunos países de Latinoamérica amagan con fundar su propia academia, que elabore un canon diferente al central. Cuando aparece el catalanismo y empieza a reivindicar el uso de lenguas cooficiales, se reacciona. Aquí la clave no es tanto Altamira como la escuela filológica de Menéndez Pidal, que viene a decir: es español el que habla bien español; el castellano es común a toda la península, donde se extendió de manera natural; también es universal, por lo que se vincula con el discurso de la Hispanidad. Además, es ontológicamente superior: el castellano es más audaz en su evolución con respecto al latín que otros idiomas peninsulares y muestra el carácter del pueblo que incubó el lenguaje, que es Castilla. Son postulados que a veces, de manera muy liofilizada, se han transmitido a través de los discípulos de Menéndez Pidal en las materias de Lengua española en bachillerato.

PE. Ahora no se realizan argumentos esencialistas de la lengua, pero sí se defiende de manera utilitaria: el español lo hablan cuatrocientos millones de personas, mientras que el catalán, gallego o vasco son idiomas que no aportan nada para competir en una economía global. En el libro, usas la expresión “unidad de mercado en lo universal” para referirte a ese proyecto de defensa del español. Me pregunto si, al margen de ser más o menos persuasivo, no es contraproducente: se vincula el español a un proceso de apertura política y económica que diluye las identidades nacionales.

XNS. Es la idea del español como patrimonio común. Tenemos una ventaja frente a Portugal y la lusofonía, donde la gran potencia es Brasil. España sigue manteniendo una suerte de papel director, aunque haya muchos más hablantes en México. No creo que el argumento sea contraproducente para el nacionalismo español, porque es bastante cierto. Lo que sí me parece relevante es que una variante que haya sido despreciada hasta los años 80, el Spanglish, pase a ser valorada como un activo porque es la segunda lengua de Estados Unidos, aunque sea una lengua en situación diglósica. Por otra parte, se promociona una estrategia de expansión global que ignora que, según datos del Instituto Cervantes, el prestigio económico asociado a la lengua no es grande. No hay tantas multinacionales asociadas al castellano, solo grandes empresas de servicios.

PE. Gran parte del libro analiza el nacionalismo español en el periodo democrático. Una de las tendencias que examinas es cómo la derecha ha intentado lidiar con el nacionalismo en España. Señalas que, desde 2004, se da un empuje centralista que contrasta con declaraciones previas de dirigentes conservadores. Por ejemplo, Manuel Fraga llegó a defender que se reformase la Constitución. Esa actitud contrasta con la competición actual entre PP, Ciudadanos y Vox por ver quién es más centralista.

XNS. El nacionalismo es una materia maleable y por lo tanto las élites políticas lo usan según les interesa. Yo mantengo que el cambio empieza en 2004, cuando el PP reformula su mensaje sobre patriotismo constitucional con una tendencia de homogeneizar, a la baja, el Estado de las Autonomías. Eso nace de la convicción, defendida de manera muy abierta por políticos como Esperanza Aguirre, de que el sistema no ha servido: se montó básicamente por la presión de catalanes y vascos y no ha servido para integrarlos, así que igual hay que hacer otra cosa. Según esa postura, habría que homogeneizar todo lo que no sea Cataluña, País Vasco y quizá Galicia: no un café para todos, sino un café para quien realmente quiere café. Lo que pasa es que después de 40 años de evolución institucional, vete tú a quitarle competencias a los murcianos o a los canarios.

PE. Esa también es la principal duda que plantean modelos federales como los que defienden el PSOE y Podemos: no siempre queda claro si debe ser un federalismo simétrico o asimétrico. Tú planteas que la tensión en las relaciones de las autonomías entre sí y con el centro se puede abordar de manera que se presenten soluciones.

XNS. ¡Yo no tengo la solución! (risas). Aunque a los historiadores siempre nos preguntáis por el presente y el futuro, lo que debe ser una prueba de que para algo valemos. Creo que hay que partir de consensos amplios, esto no lo puede hacer solo la izquierda o la derecha. Para alcanzar consensos hace falta mucha pedagogía política, que la actualidad no mande, que haya un proceso de reflexión… pero digamos una cosa: los grandes expertos internacionales en federalismo en buena parte son académicos y expolíticos canadienses, porque tuvieron la cuestión de Quebec. Muchas veces a partir de los desafíos y cuestiones internas puedes desarrollar fórmulas originales. Pero lo que no veo ahora es imaginación política para abordar eso. Tampoco decisión. Igual tampoco es el momento, no lo sé.

PE. Señalas que el PSOE es un partido dividido entre un alma federalista y otra más jacobina. Tal vez eso tenga que ver con los movimientos de Pedro Sánchez en Cataluña, que describes como titubeantes.

XNS. El gobierno actual no lo tiene sencillo, en primer lugar por su posición parlamentaria frágil. Más allá de la coyuntura, insistiría en que es titubeante porque no hay ideas. Se ha vuelto, de manera un tanto balbuciente, al discurso de la nación de naciones, que tiene una larga historia. A estas alturas es casi viejuno y no va a servir para contentar las aspiraciones de buena parte de la ciudadanía en Cataluña, con lo cual tienes que afrontar esto con otras herramientas teóricas. ¿Cuáles? Creo que hay experiencia acumulada en el tratamiento de la diversidad etno-cultural, nacional, política e institucional en España como para abordar un debate profundo. Si esto implica una reforma constitucional de cierto calado, habrá que abordarla. No creo que fuese necesario un nuevo proceso constituyente, como dicen otros: a partir del estatuto del Estado de las Autonomías se pueden dar pasos adelante. Pero yo creo que aquí todo el mundo, sobre todo en el ámbito del nacionalismo español, está buscando un futuro en el pasado. Y eso no fue lo que se hizo en la Transición.

PE. La tendencia a la ambigüedad y la búsqueda de soluciones en el pasado también afecta a Podemos. La idea del pueblo como representante de la nación, como mencionas, no es nueva, aunque combinan este patriotismo progresista con alianzas con fuerzas nacionalistas o independentistas a nivel local.

XNS. En Podemos es verdad que por lo menos hay una cierta propuesta proactiva: ir a un proceso constituyente, a una república que sirva a los intereses de la gente, con un patriotismo de los derechos sociales… yo creo que aún no lo han desarrollado del todo. La idea en sí es vieja: el sano pueblo patriota, que ellos llaman “la gente” para darle un matiz más moderno. Pero eso existe con la necesidad de lidiar con algunos de sus aliados en las convergencias tradicionales de Cataluña, Galicia y Valencia. No acaban de resolver bien esa contradicción, de hacer una propuesta que no sea tildada del mismo nacionalismo español de siempre. Algunos de sus teóricos tienen fascinación con modelos latinoamericanos y la idea del patriotismo nacional-popular, que es auténtico, sano y bueno, y que esa idea de patria asociada a los derechos sociales puede ser un buen fundamento para una cultura política compartida con nacionalismos de otro signo.

PE. El principal impedimento, según lo que presentas en tu libro, sería que los nacionalismo periféricos y el español nunca desplazan al contrario. Mencionas que el centralismo represivo de Franco fracasó, el patriotismo constitucionalista no terminó de cuajar y los nacionalismos periféricos tampoco logran persuadir al conjunto de la población a la que gobiernan. ¿Piensas que la idea del patriotismo nacional-popular se encontraría con los mismos problemas que proyectos anteriores?

XNS. Sí, porque entonces los nacionalismos periféricos te dicen: “queremos un patriotismo nacional-popular, pero de nuestra patria”. Es lo que hacen las CUP. Sería fundamental retomar un elemento que había en la segunda república, que permitía cierto entendimiento entre republicanos liberales, parte de la izquierda obrera y los nacionalistas catalanes o los galleguistas: la idea de una cultura política compartida. Valores republicanos, combinando una identidad cívica común con la patria propia, fuese cual fuese. Quizá si eso avanzase se podría llegar a un nuevo consenso. El tiempo lo dirá. Pero tendría que darse prioridad a la democracia. Si se tiene que ir hacia algún tipo de referéndum o consulta pactada, váyase: la cuestión es qué y cuántas preguntas pones, dónde sitúas el umbral de la mayoría, si basta con la mitad más uno… las cuestiones que plantea el derecho de la autodeterminación no son menores.

PE. Esa idea de una república como cultura compartida parece encajar con el rechazo que suscita la monarquía en regiones como Valencia, Galicia, País Vasco y Cataluña, especialmente tras la respuesta al referéndum fallido en 2017.

XNS. Sí, pero eso también genera una reacción. En España había más juancarlismo que monarquismo, pero ahora hay una suerte de vuelta a una concepción de la monarquía como representante de la unidad y continuidad del Estado. En el antiguo régimen, el cuerpo del rey representaba el cuerpo de la comunidad política. Ahora mismo, parece que muchos quieren ver en la monarquía un último asidero: esto es lo que nos vincula con el pasado, por lo que necesitamos mantener esta institución en el presente y el futuro. También es verdad que la monarquía es rechazada por muchos nacionalistas periféricos no por ser una institución periclitada o heredera del franquismo, sino por ser precisamente una representación de la españolidad. Habría que ver si un presidente de la república es capaz de mantener mejores índices de aprobación. Por eso también es difícil pensar que España puede convertirse en una república y asumir su plurinacionalidad sin más. Puede, o puede que no.

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