Al conmemorar 80 años del fin del régimen nazi, el presidente Frank-Walter Steinmeier advirtió que los populistas de derecha están despertando “viejos y maléficos espíritus”. En Alemania, la prohibición de partidos es una medida excepcional, contemplada en la Constitución de posguerra, ideada precisamente para proteger la democracia de amenazas internas.
Esta nueva etiqueta del AfD no es meramente simbólica. Tras su segundo lugar en las elecciones de febrero pasado, el mejor resultado cosechado hasta la fecha, el partido ahora supera el 20% en intención de voto, incluso rivalizando con la CDU del recientemente investido canciller Friedrich Merz. Merz enfrenta una encrucijada: plantear ante el Tribunal Constitucional la prohibición del AfD o apostar por la contención política.
Solo dos partidos han sido prohibidos con éxito en la historia reciente: el Partido Socialista del Reich en 1952, heredero directo del nazismo, y el Partido Comunista en 1956. Otros intentos, como la prohibición del partido neonazi NPD en 2017, fracasaron por considerar que el partido no representaba una amenaza significativa debido a su limitada influencia política.
El AfD plantea un dilema opuesto: el partido de Alice Weidel podría ser demasiado grande para prohibirse; un remedio que termine siendo peor que la enfermedad. Friedrich Merz ha expresado sus dudas sobre la efectividad y el impacto de una posible prohibición: “No se puede prohibir a 10 millones de votantes”, afirmó recientemente. Sin embargo, dentro de su partido crecen voces como la de Tilman Kuban, diputado conservador, quien defiende la medida como una obligación moral y constitucional: “Las democracias que se toman en serio a sí mismas deben defenderse de sus enemigos”.
Algunos líderes regionales del partido, como Markus Söder, de la CSU bávara, prefieren combatir al AfD mediante una política efectiva que neutralice las frustraciones de su electorado. Para Söder, “no se…

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