Desde que Donald Trump firmó en agosto una orden ejecutiva que autoriza al Pentágono a usar la fuerza contra los cárteles del narcotráfico – ahora considerados organizaciones terroristas– las relaciones interamericanas han estado marcadas por el ruido de sables. Le decisión ha justificado despliegues navales como el actual, que incluye el USS Iowa, tres destructores y un submarino nuclear frente a Venezuela.
Nadie, en realidad, se toma muy en serio la amenaza de una invasión, supuestamente para cortar las rutas del narcotráfico, entre otras cosas por la aversión de Trump a enviar tropas al exterior, y menos a un país en el que Chevron ha vuelto a operar con su autorización.
Bismark dijo en una ocasión que los Balcanes enteros no valían “ni los huesos de uno de sus granaderos prusianos”; lo mismo debe pensar Trump sobre la relación entre el país caribeño y la vida de uno solo de sus…

Otoño/invierno 2019 - Papel