A principios de septiembre, en Ginebra, EEUU se unió a Rusia, China y Arabia Saudí para frustrar la firma de un acuerdo multilateral que limite la producción de plásticos, una industria que mueve 1,1 billones de dólares al año a escala global. Fue la sexta vez que fracasó el proyecto de la ONU, imprescindible para reducir el consumo de un material que, al desintegrarse en microplásticos, deteriora ecosistemas, afecta a la biodiversidad y a la salud humana.
Sin tratados vinculantes que cubran los vacíos legales y fijen reglas y objetivos, se desincentiva la I+D en soluciones tecnológicas y se retrasan las inversiones en infraestructuras de reciclaje, perpetuándose la indefensión de las comunidades más vulnerables al calentamiento global..
Entre otras cosas, Trump ha retirado ya dos veces a EEUU del Acuerdo de París, ha desmantelado las principales regulaciones medioambientales y está presionando al Banco Mundial para que conceda más créditos a proyectos petroleros y gasíferos. Según él, los países que sustituyan los combustibles fósiles por energías renovables arruinarán sus economías. Ante la Asamblea General, en cambio, el primer ministro chino, Li Qiang, anunció por vez primera que China reducirá entre un 7% y 10% sus emisiones de gases de carbono y metano para 2035, en relación a las de este año.
Sus emisiones (que representan un 30% del total mundial) triplican a las de EEUU. Gracias a su formidable capacidad para movilizar recursos –y a la verticalidad de su sistema político– sus energías limpias se están expandiendo a tal velocidad que, en este primer semestre, añadió a su red eléctrica más del doble de energía solar que el resto del mundo junto y 11 veces más que India, el segundo país de la lista.
Dado que domina todos los eslabones de la cadena de valor de energías verdes, China ha…
