La dimisión fulminante de Sébastien Lecornu –que dejó a su gabinete en funciones menos de 24 horas después de anunciarse– ha devuelto a Francia a un escenario de interinidad política. La inquietud se extiende en la UE: Francia es su segunda economía, su única potencia nuclear y un actor indispensable en las instituciones europeas.
En el corto plazo, el Elíseo explora dos salidas: recomponer un gobierno si Lecornu logra, en el plazo marcado, una “plataforma de acción y estabilidad” o abrir la puerta a unas legislativas anticipadas, si ese intento fracasa. Macron podría probar fórmulas tecnocráticas o de centroizquierda, pero cualquier gabinete necesitaría apoyos parlamentarios hoy muy difíciles.
Si finalmente hay nuevas elecciones, la fragmentación podría persistir y la Agrupación Nacional (RN) tendría opciones de ampliar su fuerza o incluso lograr una amplia mayoría. Hasta el desenlace de la crisis política, Francia seguirá en interinidad, con un Ejecutivo en funciones y una Asamblea incapaz de producir mayorías estables. La preocupación aumenta en Bruselas y en las antenas de poder de la UE.
Los mercados sufren caídas, con repunte de la prima de riesgo y ampliación del diferencial de la deuda francesa frente al “bund” alemán. Fitch rebajó recientemente la calificación de Francia a A+ por dudas sobre la consolidación fiscal. El déficit ronda entre el 5,4% y el 5,8% del PIB según las distintas estimaciones citadas, y la deuda pública se sitúa en torno al 114%–116% del PIB. Una parálisis prolongada presionaría al alza las rentabilidades y podría enfriar el crecimiento, con efecto de arrastre para la eurozona.
La crisis francesa llega cuando han arrancado las conversaciones del próximo Marco Financiero Plurianual (2027–2033), el macro presupuesto de la UE para los próximos años. La Comisión ha propuesto unos 2 billones de euros que reequilibran partidas tradicionales (agricultura, cohesión) hacia prioridades…
