La ampliación de los BRICS+, las misiones del mantenimiento de la paz de la ONU en las que ha participado Pretoria, sus intentos mediadores entre Rusia y Ucrania y su reciente denuncia de Israel ante la Corte Internacional de Justicia, son ilustrativas de la renovada importancia de Suráfrica en el mundo y de las ambiciones de su política exterior.
El país que protagonizó una de las grandes épicas políticas del siglo pasado y hoy una de las voces más prominentes del llamado Sur global, ha experimentado en las últimas elecciones cambios aparentemente no muy significativos, pero que sí reflejan nuevas dinámicas internas trascendentes. Tras conocerse los resultados, el departamento de Estado de EEUU puso a Suráfrica como ejemplo de democracia para sus vecinos africanos y el mundo. Eran buenas noticias para Washington.
El ANC, que lidera hoy el presidente, Cyril Ramaphosa, obtuvo el 40,21% del voto el 29 de mayo, frente al 57,5% de 2019, lo que le obligará compartir el poder. El expresidente Jacob Zuma, que renunció en 2018 por cargos de corrupción, decía que el ANC iba a gobernar hasta “la segunda venida de Jesucristo”. La oposición comparte el descrédito. Este año la participación cayó al 41%, frente al 66% de 2019 y el 89,3% de 1999. Solo un 25% de los “born free”, nacidos después de 1994, se molestaron en votar.
Los primeros 15 años la economía creció un 3,3% anual. Desde 2018, apenas lleva acumulado un 1,8%. En 1994, su economía duplicaba a la de Malasia. Hoy es un 20% menor. Su PIB per cápita está ya por debajo de la media de los países emergentes y de países como Egipto o Argelia.
El estancamiento se produce en medio del deterioro de las infraestructuras y los servicios públicos. En 2023 los apagones costaron 90.000…

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