Hoy hace 31 años que las tropas iraquíes comenzaron la invasión de Kuwait. Fue la demostración definitiva de que la apuesta que en 1979 hizo Washington por Sadam Husein, como punta de lanza para derribar al régimen revolucionario iraní –que ese mismo año había trastocado el statu quo vigente en Oriente Próximo– era una pésima opción. Sadam no solo no había logrado imponerse a su vecino y rival histórico después de ocho años de una guerra (1980-88) en la que Occidente tomó partido a favor del sátrapa sino que, en cuanto recobró aire y en línea con su nacionalismo panarabista, procuró integrar por la fuerza a ese pequeño país inventado en su día por los británicos, con Riad en la recámara como siguiente paso.
Lo que vino a continuación, aunque los kuwaitíes recuperaron de inmediato su soberanía como resultado de la operación Tormenta del Desierto, confirmó que Estados Unidos no…

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