La decisión de Gabbard forma parte de los planes de Donald Trump para controlar a la CIA y al sistema de inteligencia, que cree son la piedra angular del “Estado profundo” (deep state): la red de funcionarios públicos que cree que conspiran para impedir que saque adelante sus políticas.

El problema para Estados Unidos y sus aliados es que las obsesiones de Trump coinciden con la aparición de los llamados Estados de vigilancia permanente (surveillance state) y la nueva era del espionaje por la abundancia de macrodatos y los modelos de Inteligencia Artificial capaces de procesarlos a gran escala.

Según escribe Tim Wiener en The Mission (2025), la CIA está en una lucha por su propia supervivencia debido al desprecio de Trump por los informes que le envían sus agentes desde que varios de ellos investigaran las interferencias rusas en las elecciones de 2016. Desde su creación en 1947, han sido pocos los casos en los que la CIA se ha negado a obedecer órdenes presidenciales.

Una de esas ocasiones fue cuando Richard Nixon le pidió que eliminara los rastros del escándalo Watergate que pudieran incriminarle. Su entonces director, Richard Helms, se negó. La grabación de su conversación fue la principal prueba en contra de Nixon en el proceso de impeachment.

Solo unos pocos días después de la inauguración de su segundo mandato, el Senado ratificó como nuevo jefe de la CIA a John Ratcliffe, un congresista del núcleo duro del movimiento MAGA. Ratcliffe ha despedido a todo el personal contratado durante la administración de Joe Biden.

Wiener cree que la actual crisis de la CIA es equiparable a la que provocaron los atentados del 11-S. La CIA advirtió varias veces a George W. Bush que Al Qaeda planeaba un gran ataque…