El mundo debe ahora prescindir de la superpotencia que en Bretton Woods (1944) y San Francisco (1945) diseñó el propio sistema que Donald Trump está demoliendo a golpe de edictos y aranceles. La crisis se produce en un momento crítico, en el que las tensiones geopolíticas, el cambio climático, la deforestación y los crecientes flujos migratorios, entre otras, hacen la cooperación más necesaria que nunca.
Unos 1.800 millones de personas viven en zonas con escasez extrema de agua, es decir, con acceso a menos de 500 metros cúbicos de agua al año. Defender los llamados global commons, el llamado “patrimonio común de la humanidad”, no va a ser fácil sin –o en contra– de los deseos de Washington, que desde 2002 no ratifica un tratado de derechos humanos.
Pekín, segundo mayor contribuyente (15%) del sistema de Naciones Unidas después de Washington (22%), va a ser el principal beneficiario del repliegue de EEUU, que ya tiene menos delegaciones diplomáticas que China. Subrepresentada en las casi 450 agencias de la ONU, China quiere ganar posiciones en la International Telecommmunications Union (UIT), la OMS, la UNESCO y otros organismos. Muchos de ellos tienen sede en Ginebra, que la ONU quiere trasladar a ciudades del Sur Global , donde la influencia china es creciente, para ahorrar costes ante los draconianos recortes de Trump.
La Cumbre del Futuro (2024), que la ONU anunció como una oportunidad única para “reimaginar” el sistema multilateral, concluyó con un acuerdo descafeinado que apenas atrajo atención mediática. La Unión Europea, por otro lado, no tiene ni los recursos ni la voluntad política para tomar el relevo de EEUU en la ayuda al desarrollo, cuyos presupuestos ya han recortado Londres, París y Berlín.
Los más optimistas, sin embargo, ven en la crisis una oportunidad única para reinventar el sistema….

Compartir Jerusalén: la solución del condominio