Desde 1979, Groenlandia tiene un gobierno semiautónomo, con bandera y lengua oficial propia –el kalaallisut que hablan casi todos sus 58.000 habitantes, la mayoría inuit– pero sin moneda, constitución o ciudadanía propias, más allá de la del Reino de Dinamarca, que se ocupa de la defensa y los asuntos exteriores.
Los geólogos estiman que bajo sus tundras hay yacimientos de dos tercios de los 50 metales críticos para EEUU, entre ellos tántalo, niobio y terbio, tierras raras esenciales para fabricar los imanes que utilizan una multitud de dispositivos electrónicos y motores eléctricos, además de zinc, grafito, cobalto, níquel y oro.
Sus nevados, fiordos, icebergs y glaciares contienen el 7% de las reservas mundiales de agua dulce. Trump ha encargado a Russell Vought, director de la Office of Management and Budget, calcular cuánto le costaría al gobierno federal hacerse con la isla e incorporarla a su territorio, con un estatus similar a los de Guam y las islas Marshall en el Pacífico, o al de Puerto Rico y las Islas Vírgenes en el Caribe, que EEUU compró a Dinamarca en 1917.
Según algunas estimaciones, la oferta podría oscilar entre los 70.000 y los 200.000 millones de dólares. El American Action Forum, por su parte, valora en tres billones de dólares el valor estratégico de la isla, por lo que su presidente, Douglas Holtz, cree que al final habrá un acuerdo que ponga a la isla bajo control de EEUU.
Las condiciones climáticas y escasez de infraestructuras –sólo 120 kilómetros de carreteras– representan obstáculos económicos y logísticos formidables para cualquier industria, lo que indica que los intereses de Trump son esencialmente geopolíticos. El cambio climático está haciendo navegables las aguas árticas ya no solo en el verano.
En 1867, William Seward, el secretario de Estado que cerró la compra…
