El primer ministro canadiense, Justin Trudeau, llegó al poder en 2015 con el lema confiado de que “siempre es posible mejorar”. Seis años después, es probable que respire aliviado porque su apuesta por la reelección para un tercer mandato no ha acabado echándole del poder por completo. Pero la campaña fue fea para quienes estaban acostumbrados a imaginar que Canadá era un dechado de decencia. Los activistas antivacunas persiguieron a Trudeau, alguien incluso le arrojó gravilla en una parada de la campaña. El partido de extrema derecha de Maxime Bernier, el Partido Popular, triplicó su cuota de votos gracias a su retórica sobre las supuestas amenazas a las libertades personales relacionadas con el Covid-19, aunque no logró la elección de ningún candidato.
Trudeau convocó la votación el pasado verano con la esperanza de que, basándose en la competente gestión de la pandemia por parte de su gobierno, pudiera recuperar la mayoría en la Cámara Baja del Parlamento de la que disfrutó en su primer mandato pero que perdió en 2019. Trudeau describió las últimas elecciones como posiblemente las más importantes desde el final de la Segunda Guerra Mundial, cuando Canadá inició una expansión de la red de bienestar social que aún contrasta con su gigantesco vecino del sur.
Sin embargo, a pesar de argumentar que necesitaba un nuevo mandato para “reconstruir mejor” –como la lucha contra el cambio climático y la revisión de las chirriantes residencias de cuidados de larga duración del país, donde se han producido la mayoría de las 28.000 muertes relacionadas con el Covid–, los votantes no se dejaron impresionar. Al final fue como si la votación de septiembre nunca hubiera ocurrido, en términos de resultados. El total de escaños de los partidos apenas cambió. El Partido Liberal, en el gobierno, no obtuvo la mayoría que deseaba,…

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