En sus dos primeros años en la presidencia, Obama ha sufrido el asedio de un sector republicano y otros descontentos de los que ha surgido el Tea Party, un movimiento lleno de rabia conservadora.
Es sabido que en las elecciones que median entre las presidenciales –como las que se avecinan–, el partido en el poder pierde siempre un número significativo de escaños, máxime cuando ocupa no solo la presidencia sino también la mayoría en ambas cámaras. Desde 1862, la media de esta pérdida es de 30 puestos en la Cámara de Representantes y dos en el Senado. Las dos excepciones a la regla han sido las elecciones de 1934 (la crisis económica) y de 2002 (el ataque terrorista del 11-S). La explicación no es difícil: las elecciones legislativas no despiertan tanto interés como las presidenciales, y cunde siempre una cierta desilusión por el incumplimiento de las expectativas iniciales que despiertan. Es posible que los republicanos ganen también la mayoría en las legislaturas y la gobernación de ocho o nueve Estados, lo que tendrá consecuencias para la definición de los distritos electorales en las presidenciales de 2012.
Dicho esto, los demócratas no se dan cuenta del tremendo peligro que les acecha. Durante los dos primeros años de la presidencia de Barack Obama se han dejado acorralar por la oposición republicana. Es cierto que heredaron la peor situación que pueda imaginarse: una depresión económica que amenazaba con destruir el sistema financiero mundial, un paro cercano al 10 por cien, una deuda de billones y un déficit de miles de millones, en el interior; y en el exterior, la interminable intervención militar en Irak y Afganistán, las amenazas nucleares de Irán y Corea del Norte, la irresolución de la cuestión palestina, el desorden criminal en México y condiciones anómalas en África, para no…

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