Vivimos en una época de preocupación por la seguridad.
La necesitamos, tanto como personas para sobrevivir en un mundo competitivo y a veces hostil, como en forma colectiva. Las naciones precisan estar seguras frente a agresiones diplomáticas, económicas y financieras, así como frente a posibles agresiones armadas. Dentro de la política exterior de cada país ocupa un lugar preferente una política de seguridad que le proteja contra todo tipo de peligros.
Seguridad quiere decir, fundamentalmente, posibilidad de eliminar amenazas o agresiones, para lo que es necesario tener capacidad de reacción contra ellas y, por lo tanto, también una fuerza militar de defensa contra las agresiones armadas. Hoy en día los problemas de seguridad internacional se intentan resolver a escala mundial, evitando emplear la fuerza, pero aún no se ha logrado más que sustituir su uso individual y nacional por la imposición de la voluntad colectiva común.
La cohesión política, la prosperidad económica, el adelanto científico y la estabilidad social de un país constituyen los factores previos y fundamentales de su seguridad interna y externa. Sobre ellos se tiene que basar el factor militar y no al contrario. Ejemplos claros de enormes potenciales militares que no contaban con la necesaria base nacional y social han sido la antigua URSS y las fuerzas armadas de Irak.
Pero, por otra parte, en el mundo actual una nación no puede confiar en estar segura si no dispone de una adecuada capacidad de defensa. La importancia que tiene el componente militar en la valoración de un país dentro del actual concierto de las naciones sigue siendo esencial. España ingresó en la Alianza Atlántica y ha podido permanecer en ella en condiciones dignas porque se le consideró capaz de defenderse por sí misma y de contribuir a la defensa común. Si hubiera sido valorada como…
