Nada puede parar una idea cuyo tiempo ha llegado. La ‘primavera árabe’, como antes la caída del muro de Berlín y la disolución de la URSS, ha mostrado que los pueblos son los protagonistas de sus propios destinos, y que la fuerza del cambio supera cualquier obstáculo.
Mi año al frente del ministerio de Asuntos Exteriores y de Cooperación ha estado marcado por esta “primavera árabe”, desde Túnez a Libia, y esperemos que pronto el cambio llegue también a Siria. Estas son algunas reflexiones sobre mi experiencia en una época particularmente intensa y apasionante en una región clave para España como es el Mediterráneo.
Dice un proverbio chino que hasta el viaje más largo se inicia con un solo paso; para la “primavera árabe”, este paso lo dio Mohamed Bouazizi, el vendedor ambulante que se quemó a lo bonzo el 17 de diciembre de 2010 en Sidi Bouzid, en el interior de Túnez. Nadie podía adivinar en ese momento las repercusiones de su trágica decisión. Pero incluso cambios aparentemente minúsculos pueden generar modificaciones radicales si se producen en un contexto en el que se ha ido construyendo la masa crítica para una revolución.

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