La victoria del Partido Conservador británico con John Major al frente arrima a la zona de la fosa atlántica los restos nucleares de la socialdemocracia representada por el laborismo. Al sustituir a Margaret Thatcher en 1990, un Major con 46 años se había convertido en el primer ministro más joven del siglo, aunque bastante más viejo que William Pitt cuando lo fue en 1783, a los 24 años, y con los resultados electorales del pasado 9 de abril ha conseguido la cuarta victoria consecutiva para el Partido Conservador, con el mismo porcentaje de votos obtenidos por su antecesora en las elecciones de 1987.
Su acción de Gobierno habrá de llevar a cabo un trazado de pontonería entre lo que fue el thatcherismo y lo que van a ser los años noventa, entre el deseo general de una menor presión fiscal y la eficiencia de los servicios públicos, entre el Gobierno mínimo y el pulso firme del Gobierno, entre el mercado y la comunidad, la nación y el individuo. Esa nueva agenda no habría sido posible sin la decisión soberana de una sociedad que entiende el proceso de unas elecciones generales como un veredicto público sobre la prosperidad.
Fue una sorprendente victoria por mayoría absoluta a contramano de todos los sondeos, con 336 escaños para los tories en un Parlamento de 651. Los laboristas conseguían 261 escaños y 20 los liberales demócratas. En las crónicas electorales de posguerra no consta ningún caso de un partido en el Gobierno que aumente su respaldo electoral en la semana final de la campaña, sino que, por el contrario, en una tanda de elecciones recientes los tories habían tenido siempre unos resultados por debajo de los sondeos aparecidos en el fin de semana anterior a la votación.
Al frente de los laboristas, Neil Kinnock –cuya…

El retorno de la cuestión militar a Latinoamérica
Crece la tensión en el mar Rojo
La cuarta ampliación de la Comunidad Europea
La OPEP acorralada: al fin sobra petróleo