La desestabilización del sistema político y gubernamental de Estados Unidos bajo las dos administraciones del presidente Donald Trump ha brindado innumerables oportunidades a sus rivales casi pares, Rusia y China, que buscan expandir su influencia en Oriente Medio. En los últimos años, ambos países se han vuelto más asertivos a la hora de promover sus propios intereses en la región, aprovechando la conocida renuencia de Trump a involucrarse más en Oriente Medio y a desviar la atención y los recursos hacia otras zonas. Desde hace algún tiempo, los países de Oriente Medio han tratado de minimizar riesgos con Estados Unidos, colaborando con Moscú y Pekín para profundizar sus lazos económicos, militares y diplomáticos como medio de equilibrar las relaciones con Washington, que algunos países consideran una potencia en declive en la que ya no se puede confiar para defenderlos de enemigos como Irán.
Aunque muchos países de Oriente Medio buscan diversificar su política exterior, y que Moscú y Pekín siguen presentes y activos en los frentes diplomático, comercial y de seguridad, los acontecimientos recientes no dejan lugar a duda de que la principal potencia a tener en cuenta sigue siendo Estados Unidos. Rusia y China han logrado importantes avances, pero ninguno de los dos está aún en condiciones de igualar o sustituir a Washington como primus inter pares de las superpotencias en Oriente Medio.
Rusia asciende, pero se estanca
Rusia ha intensificado sus esfuerzos por ampliar su influencia en Oriente Medio durante los últimos diez años, impulsada por la creciente paranoia de Vladímir Putin y su melancolía por las glorias pasadas y el imperio perdido. La intervención a gran escala de Rusia en la guerra civil siria en 2015, en alianza con Irán y Hezbolá de Líbano, cambió el rumbo de la guerra contra las fuerzas rebeldes anti-Assad y…
