El mundo árabe, desde la perspectiva de sus regímenes políticos, está marcado por el arraigo del autoritarismo, un rasgo de larga duración en la región en comparación con África, Asia, América Latina e incluso Europa del Este, zonas geográficas en las que se han afianzado, tras la Guerra Fría, una serie de procesos de democratización, o al menos ciertas premisas de apertura política. Es cierto que, en general, estos se debilitaron a mediados de la década de 2000, con el aumento de la “autocratización” de los regímenes políticos, lo cual supuso un refuerzo de los rasgos autoritarios –según el Democracy Report 2022: Autocratization Changing Nature? publicado por el V-Dem Institute–, así como un retroceso de las perspectivas de democratización, pero sin llegar a borrarlas y eliminarlas del todo. El contexto es muy distinto en el mundo árabe donde el autoritarismo parece perdurar, con importantes matices ocurridos en la década de 2010.
Una profunda convulsión de los regímenes autoritarios
El autoritarismo en el mundo árabe se medía por el afianzamiento, en lo que a longevidad respecta –lo cual no debe confundirse con la estabilidad, sea del tipo que sea–, de una serie de regímenes políticos que controlaban los Estados, desviando las instituciones hacia una perpetuación de estrechas camarillas que dirigían las palancas esenciales de dichos Estados, vaciándolos de su sustancia, controlando los aparatos militares y de seguridad, pletóricos e incluso expansivos en términos de actividades económicas en los ámbitos civiles, y cultivando la debilidad de las sociedades –civiles– revigorizadas durante la década de 2000 –aunque solo fuera por las redes sociales–, pero aún incapaces de ejercer su capacidad de contrapoderes. Estos regímenes habían vaciado los juegos políticos de toda sustancia y, más aún, de toda posibilidad de asegurar una alternancia. El sistema regional específico aseguraba por su parte, y a…

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