Al pensar en la unidad, la seguridad y la prosperidad económica de Europa debemos basarnos en los cambios que se han producido desde 1989. Necesitamos una visión que no choque con la realidad de la nueva situación en Europa. ¿Cuál es esa realidad? En primer lugar, está el final de la bipolaridad. Deberíamos luchar en todo momento por evitar su retorno bajo una u otra forma. El rechazo de la bipolaridad no significa que, como consecuencia, la única respuesta sea una dominación benévola (o liderazgo, como prefieren llamarlo algunos) por parte de una única potencia. Ni mucho menos. Creo que ante estas circunstancias deberíamos plantearnos un debate más sistemático sobre el liderazgo en el mundo y, especialmente, sobre la crisis de liderazgo en Europa.
En segundo lugar, se derivan diversas consecuencias del hecho de que algunos Estados europeos han recuperado su independencia a la vez que otros se han convertido en Estados independientes sin que nunca antes, al menos en la época contemporánea, lo hubieran sido. En particular, el surgimiento de nuevos Estados en el territorio de la antigua Unión Soviética ha modificado de forma fundamental la situación geopolítica y geoestratégica de Europa. La política europea debe basarse en el apoyo a la independencia de todos esos Estados y a su transformación democrática, y debería haber una firme oposición a cualquier manifestación de hegemonía.
En tercer lugar, como consecuencia del fin de la guerra fría y el conflicto Este-Oeste, las relaciones de seguridad en la zona euroatlántica han perdido su sencillez. Ahora se las podría describir como círculos concéntricos que van desde el núcleo estable de los países de la Unión Europea, la Unión Europea Occidental y la Alianza Atlántica hasta las periferias inestables. Aunque la situación cambia continuamente, y son previsibles nuevos compromisos de seguridad, incluida la defensa, seguiremos…
