Existen razones para ser optimista con respecto a la transformación productiva de América Latina. La mayoría de los países han emprendido importantes reformas para aumentar su productividad y hay una clara preocupación por mejorar la competitividad y el ambiente de negocios.

Es indudable que se han producido grandes avances económicos y sociales en América Latina en los últimos 20 años, sin embargo, la región sigue dependiendo excesivamente de la producción y exportación de recursos naturales. Esto ha ocasionado una excesiva volatilidad en su crecimiento económico y la ha hecho vulnerable a los vaivenes de la economía mundial. A pesar de que la coyuntura internacional favorable del periodo 2004-14 contribuyó a una impresionante reducción de la pobreza y a la consolidación de una nueva clase media latinoamericana, algunas reformas pendientes, como las dirigidas a aumentar la productividad, no avanzaron a la velocidad esperada.

El acelerado crecimiento chino durante el mencionado periodo ocasionó un aumento en la demanda de materias primas, lo que a su vez incrementó sus precios, produciendo rentas extraordinarias en la mayoría de los países de Latinoamérica, especialmente en los de Suramérica. Al mismo tiempo, los bajos tipos de interés en Estados Unidos, producto de la crisis financiera, causaron un exceso de liquidez que fue canalizado hacia la región. La combinación de la creciente demanda china por commodities y el crédito abundante y barato se tradujo en tasas históricas de crecimiento para América Latina.

Es justo reconocer que la mayoría de los países de la región administraron la abundancia relativamente bien, a través del diseño e implementación de políticas macroeconómicas prudentes, aprendiendo de errores y de crisis anteriores. Es por ello que en buena parte de esos países hoy se observa baja inflación, una situación fiscal controlada, una deuda externa manejable, tipos de cambios flexibles y sistemas financieros sólidos,…