Desde junio de 2018, Italia está dirigida por un gobierno de coalición que es en gran medida –si no totalmente– ajeno a la tradicional escena política del país. Integran dicha coalición la Liga, partido de extrema derecha contrario a la inmigración, y el Movimiento Cinco Estrellas (M5S), que rechaza calificarse como de izquierda o derecha.
La Liga y el M5S no presentaron un programa electoral similar. Se tenían por rivales y no por potenciales socios antes de las elecciones de marzo de 2018, aunque pueden encontrarse entre ambas formaciones algunos puntos de contacto significativos.
Si se estudia la política de partidos no a través del prisma horizontal izquierda-derecha, sino verticalmente, aplicando la dialéctica del “abierto-cerrado”, saltan a la vista varias similitudes. Tanto la Liga como el M5S se dicen orgullosos de luchar contra el establishment –entendido de manera amplia como el estamento formado por los partidos mayoritarios, la banca, eurócratas e intelectuales– y también contra las medidas políticas abiertas y liberales que impulsa: apertura de fronteras, multiculturalismo e integración europea. Ambos partidos han sabido muy bien entreverar estos asuntos en un relato populista que afirma que tanto el individuo como la nación estarían perdiendo poder. Los dos afirman ser los verdaderos representantes del “pueblo” frente a las élites irresponsables de Roma, Bruselas o Wall Street.
Italia se ha convertido así en el primer país de Europa occidental con un gobierno formado únicamente por fuerzas populistas, que se afanan en cuestionar la política tradicional y hasta las medidas más consolidadas, particularmente las impuestas por los compromisos con la Unión Europea. ¿Cómo ha podido ocurrir algo así en un país que durante décadas ha encabezado la nómina de entusiastas del euro?
Una marea constante
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