Los italianos no están hechos para ser grandes burócratas –decía recientemente Giovanni Agnelli, la “personalidad más escuchada de Italia–; están hechos para ser empresarios.” En la misma entrevista1, el hombre que simboliza la Fiat señalaba que aproximadamente un 25 por 100 del producto interior proviene de la economía sumergida y del trabajo clandestino. Tras estas dos observaciones, surge la idea de que el individuo constituye la pieza central del renacimiento económico de la península: la figura del director de empresa y la del trabajador no declarado encarnan el recobrado dinamismo de la nueva economía.
El otro grande de Italia, el rival piamontés, nacional e internacional de lavvocato Agnelli, l’ingegnere De Benedetti, opone la movilidad del sistema italiano a la creciente inercia del aparato productivo francés: “No tenemos esas estructuras administrativas que en período de desarrollo sirven a los intereses de las autoridades centrales como instrumentos de regulación; hoy nos encontramos en mejor situación que Francia, país muy estructurado en el plano administrativo, pero en desvantaja, porque las estructuras tienden a conservar lo pasado más que a promover lo nuevo.”
A estas alturas, la Prensa económica extranjera toma en serio los resultados sorprendentes de diversas encuestas que revelan la, diversidad de las actividades paralelas a las que se consagran los milaneses, los ro- manos o los napolitanos: los estudios indican que el 54 por 100 de los funcionarios tiene una segunda ocupación, el 33 por 100 se dedica a comer- ciar en la oficina, el 24 por 100 se ausenta fácilmente de su puesto para desempeñar tareas ocasionales y remuneradas.
Una interpretación folclórica permitiría a Italia seguir siendo el reino de las combinazioni frágiles, de los trabajos eventuales que permitieran a la gente escapar de la pobreza. Pero estos innumerables arreglos practicados en todos los niveles 4e la sociedad…

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