El Tratado de Maastricht ha abierto una discusión en toda Europa que atraviesa las clásicas divisiones entre izquierda y derecha. Esta discusión era de esperar y puede resultar saludable, pues se trata de dar un paso en la construcción europea que supone cambios importantes. Un paso así no puede prosperar sin una clarificación que ayude a crear un amplio consenso, no sólo entre los Estados, sino también dentro de los Estados que forman parte de la Comunidad.
En España, el respaldo con que viene contando el proceso de construcción europea es muy amplio. Pero no por ello está de más entre nosotros la citada discusión. El encuentro entre España y Europa ha pasado en los últimos años por dos fases muy distintas y ahora entra en una tercera que requiere clarificación. En la primera fase (1975-1985), Europa (identificada con la Comunidad Europea) fue un proyecto de futuro en el que España aspiraba a participar, y nos esforzamos por entrar en ella. Esto se logró en 1986. En la segunda fase (1986-1992), España ha tratado de que su condición de miembro de la CE favoreciese el crecimiento de nuestra economía y la modernización del país. Y, en efecto, así ha sido. Ahora, el encuentro entre España y Europa entra en una tercera fase marcada por el proyecto planteado en Maastricht. El objetivo de España debe seguir siendo impulsar el crecimiento de la economía y la modernización del país y para ello necesitamos asegurar que en 1997 (o 1999) estaremos entre los países que inicien la Unión Económica y Monetaria.
Para llevar adelante con éxito este tercer encuentro debemos crear en España un consenso que no rehúya ni el debate ni la crítica, sino que se consolide justamente a través de ellos. Este consenso es necesario para ser capaces de proseguir la…
