Según vaticinaban esos agoreros a quienes en Occidente se llamaba “kremlinólogos”, cuando se produjeron los primeros resquebrajamientos en el poder soviético, el estallido del imperio sería resultado de la sublevación de las repúblicas musulmanas. Ha sucedido precisamente lo contrario. Lo que ha provocado el cambio en Asia ha sido el hundimiento de la autoridad central en los territorios europeos de la Unión.

Una tras otra, las quince repúblicas creadas por el régimen estalinista se han liberado de la presión comunista. Pero las denominadas repúblicas musulmanas –cinco en Asia: Uzbekistán, Turkmenistán, Tayikistán, Kirguizia, Kazajstán; y una en el Cáucaso: Azerbaiyán– adoptaron al principio una actitud de espera.

Sus dirigentes, que alcanzaron el poder gracias a la máquina comunista, se las ingeniaron para prolongar su existencia, apoyándose en aparátchiki que conservaban el poder real a todos los niveles. Tayikistán es el único país en el que el partido comunista ha vuelto a adoptar oficialmente su nombre, que había abandonado a raíz del fracaso del golpe de Moscú. El presidente Rajmán Nabíyev afirma que ha instituido un régimen democrático, dotado con una nueva Constitución.

En las otras repúblicas, los comunistas también están en el poder, pero han cambiado de nombre. En Uzbekistán, el presidente Islam Karimov, anti guo hombre fuerte del Partido, ha rehabilitado al ex presidente Charaf Ra chidof, que había sido expulsado por Mijail Gorbachov debido a sus relaciones con el yerno de Leónidas Bréznev, condenado por malversaciones y fraudes.

En Turkmenistán, ha sido elegido Sopomurad Niyazov, jefe del partido comunista, con el 95 por cien de los votos. En Kirguizia, el presidente Akeev Askar es un universalista de tendencia más bien liberal. Pero la burocracia comunista sigue en su sitio y los dirigentes comunistas se comportan como reyezuelos. El presidente de Kazajstán, Nursultán Nazarbáiev, es uno de los que más…