Autor: Javier Redondo Rodelas y María Inés Fernández Peychaux (coordinadores)
Editorial: Tecnos
Fecha: 2025
Páginas: 309

Los estragos del populismo

Este análisis colectivo denuncia hasta dónde llega el deterioro institucional provocado por la contaminación populista.
Raquel Marañón Gómez
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El libro colectivo, La democracia después del populismo,  bajo la coordinación de Javier Redondo Rodelas y María Inés Fernández Peychaux, agrupa en 10 capítulos un análisis filosófico y político sobre el populismo. Se preguntan sobre si su irrupción ha servido para perfeccionar o para erosionar las instituciones. Está precedido por una introducción de sugerente título, “La Mutación Democrática”, y tiene un epílogo sobre la situación de la política y de la anti política en la que se ha sumido Occidente.

Este análisis se hace sin apellidos políticos, asépticamente, si bien en la introducción se atisban las intenciones que afirman “que en el libro no se comparte la visión de muchos de los más –o no tanto– reputados politólogos del momento, que creen que la extrema derecha, la derecha alternativa o la derecha radical representa un peligro mayor que la extrema izquierda, la nueva izquierda, la izquierda alternativa o la izquierda radical”.

Denuncian eso sí, sin complejos, que en España estamos asistiendo a un deterioro institucional provocado, a su juicio, por la contaminación populista de la izquierda.

Los autores nos recuerdan que la legitimidad de una democracia reside principalmente en su disposición y capacidad para limitar el poder y obstaculizar las tentaciones autocráticas, consolidándose como garantía de preservación del Estado de Derecho. Sin embargo, denuncian que vivimos tiempos de absolutismo democrático, muchas veces encarnado en un líder carismático, un auténtico cesarismo que supedita la división de poderes a la regla de la mayoría, imponiendo lo que denominan política de la irreversibilidad.

En definitiva, estamos ante un libro apetecible para un lector que quiera entender la realidad del momento político que vivimos. Verdaderamente vivimos en un tiempo donde uno de los dos pilares básicos en los que se asentó la democracia liberal está siendo vivamente atacado.

Desde que en la Declaración de Derechos del Hombre y Ciudadano en su artículo 16 se afirmase que una sociedad en la que no esté establecida la garantía de los Derechos, ni determinada la separación de poderes, carece de Constitución, éste ha sido uno de los parámetros principales de la democracia liberal. La división de poderes está siendo atacada tanto dialécticamente como a través de los hechos. Los controles se desdibujan y se colonizan las instituciones, bajando la barrera a las garantías de los controles y contrapesos del diseño clásico.

La forma del ejercicio del poder reviste notas de absolutismo democrático, hiperpresidencialismo, devaluación del Parlamento como cámara deliberativa, descrédito intencionado de instituciones e intolerables ataques al poder judicial.

 

«La legitimidad de una democracia reside en su capacidad para limitar el poder y obstaculizar las tentaciones autocráticas»

 

Por primera vez para los nacidos tras la Constitución española, tenemos la sensación de retroceso en el Estado de Derecho. Las garantías bajo las que nacimos no están en su mejor momento y efectivamente se han roto en gran medida los consensos procedimentales y sustanciales de la Transición.

Es necesario recuperar la senda del entendimiento y para ello lo primero de todo es que una ciudadanía vigilante observe la realidad y haga una valoración crítica. Una minoría crítica a cada lado del muro artificial que algunos quieren levantar ha de tender la mano al diálogo. Hace falta mucha pedagogía. El libro contribuye a ello. Necesitamos contención, consenso, que como Gregorio Peces-Barba decía, no es otra cosa que el hecho de que no haya nada absolutamente insoportable para el otro.

Busquemos el ejemplo en las mejores páginas de nuestra historia reciente. Quizás los que tenemos la suerte de trabajar en el Parlamento tenemos una mayor esperanza en la reconexión porque sabemos que a pesar del escenario real de la política española, cuando se baja el telón y se apagan las luces, no todos los puentes están rotos. Es absolutamente capital que esos moderados, críticos en algunos casos, tomen el control de mandos. Sobran los motivos.