Al principio de la “guerra de las galaxias” entre Estados Unidos y la Unión Soviética, cada satélite que se ponía en órbita por parte de cualquiera de los dos países era objeto de un profundo interés en todo el mundo. Con el paso de los años, y a medida que los lanzamientos de satélites se hacían más frecuentes, el interés descendió, aun cuando la tecnología era mucho más avanzada y emocionante. Fueron necesarios nuevos acontecimientos, como el envío de personas al espacio y, finalmente, el aterrizaje de astronautas en la luna, para recobrar la atención del público –aunque fuera temporalmente–.
Un caso similar de creciente expectación en el mundo de la tecnología de la comunicación, es lo ocurrido el pasado otoño, no en el espacio, sino en las profundidades del océano Atlántico. El día 10 de septiembre de 1993, técnicos de Manahawkin (Nueva Jersey), en la costa Este de Estados Unidos, y sus homólogos en Hilaire (Francia) y Oxwich Bay (Reino Unido), activaron el undécimo cable transatlántico de telecomunicaciones. Patrocinado por AT&T y sus socios europeos, que incluyen a Telefónica de España, este cable de fibra óptica puede acomodar el equivalente a 80.000 llamadas telefónicas internacionales de una vez. Transporta voz, vídeo y señales de datos a la velocidad de la luz a través de la oscuridad del fondo del océano. Su trayectoria de 7.162 kilómetros es la ruta de telecomunicaciones más frecuentada de la tierra. En un punto, 600 millas al oeste de la costa francesa, el cable pasa por una encrucijada. Dependiendo completamente de su inteligencia digital, el sistema separa el tráfico entre Estados Unidos y la Europa continental, del tráfico entre Estados Unidos y el Reino Unido.
Los profesionales de la industria de las comunicaciones conocen este cable por el nombre de TAT-11, pero muy pocas…

Invierno 1991-92 - Papel
La intervención internacional en Libia