Los ataques que sufren las Naciones Unidas en su línea de flotación y el desdeño constante a la que las someten algunas grandes potencias –tanto en relación con sus propósitos y principios como respecto de sus actividades– las sitúan actualmente en una fase de irrelevancia casi crepuscular, como si resultaran ya inútiles o marginales. Esta erosión constante y su parálisis ante las grandes crisis internacionales en un momento de polarización y de imprevisibilidad extrema, con multiplicidad de conflictos, cuestionan constantemente la credibilidad internacional de las Naciones Unidas y de todo el sistema institucional multilateral establecido después de la Segunda Guerra Mundial.
La expresión más clara de esta situación se da en el Consejo de Seguridad, responsable primordial del mantenimiento de la paz y la seguridad internacionales y que ha sido incapaz de adoptar una posición en relación con la invasión rusa y consiguiente guerra en Ucrania, con la guerra en Gaza –que, sin ninguna duda, constituye un genocidio transmitido en directo–, con el agujero humanitario que representa Sudán o con la crisis continuada de Haití, por solo citar algunos de los conflictos actuales que asolan nuestro mundo. El derecho de veto que tienen reservado las cinco grandes potencias y que, principalmente, Estados Unidos y Rusia ejercen sin ningún pudor, conduce a esta parálisis. Marginan por completo y bloquean el funcionamiento del Consejo de Seguridad en casos de amenazas a la paz o actos de agresión, pero también bloquean iniciativas como las que pretenden restringir el veto en caso de crímenes masivos como propuso Francia hace más de diez años.
Los vetos de Rusia en relación con la guerra en Ucrania o los vetos de Estados Unidos a las exigencias del alto el fuego y a las críticas a Israel por las matanzas y la hambruna en Gaza –críticas compartidas,…

#ISPE 1171: La economía mundial en peligro