En su número especial “Más allá del 2000”, la revista Time afirmaba ese mismo año con contundencia que “China no puede convertirse en un gigante industrial en el siglo XXI. Su población es demasiado grande y su PIB demasiado pequeño”. Además, para aquel entonces su renta per cápita era similar a la de Guyana. Veintiún años después, el director de la CIA, William J. Burns, sellaba la tecnología como el principal vector de competición entre China y Estados Unidos para convertirse en el líder hegemónico.
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A día de hoy, la tecnología está reconfigurando el orden internacional de tres maneras: fracturándolo, transformándolo y creando nuevos espacios de posibilidad. El uso de la inteligencia artificial (IA) para equipamiento en defensa, la brecha digital de los países en desarrollo, la seguridad digital de los periodistas para garantizar la libertad de información o el bloqueo de internet y las redes sociales durante jornadas electorales o días de protesta (como ya ha ocurrido en 182 ocasiones en 34 países durante 2021) son fenómenos, entre muchos otros, que forman parte de un todo y a los que, sin embargo, todavía no se les ha dado una respuesta integral desde el sistema internacional.
La tecnología afecta a las relaciones internacionales
Primero, la tecnología fractura el orden internacional o, al menos, lo fragmenta. No es una balcanización, porque China y EEUU no se dan la espalda. De hecho, se necesitan para producir ciertos componentes tecnológicos. Pero sí se instrumentaliza la tecnología para romper ciertas dependencias de unos países sobre otros (la llamada weaponization). Un terreno aparentemente técnico como es la Unión Internacional de Telecomunicaciones (UIT), donde se deciden qué estándares tecnológicos serán de carácter obligatorio para usar ciertos dispositivos, se ha convertido en un lugar de contienda política. Quien defina los estándares definirá la seguridad…

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