Los países bálticos son la mejor muestra de la necesidad de una política energética en la UE. La apuesta por la diversificación de energías pretende poner fin a la casi total dependencia de Rusia.
La Unión Europea adoptó en octubre de 2009 la denominada Estrategia del Báltico, la primera de carácter macrorregional en Europa y cuya dimensión energética reviste especial importancia. La estrategia se desarrolla en estrecha cooperación entre Estonia, Letonia y Lituania a través de la Asamblea Báltica y de un foro multilateral amplio, el Consejo de Estados del mar Báltico, que agrupa esas naciones junto a los países escandinavos –Finlandia, Suecia, Noruega y Dinamarca– además de Polonia, Alemania, Rusia e Islandia.
El Báltico constituye una región con entidad propia en el mapa energético europeo, donde confluyen vectores geoestratégicos del centro, norte y este de Europa, en la frontera de la UE y la OTAN con Rusia y la Comunidad de Estados Independientes. En este escenario se perciben las políticas y dinámicas del sector energético a nivel estratégico, involucrando a la UE y a Rusia, que suministra el 100 por cien de los hidrocarburos a los países bálticos. Las relaciones político-económicas en el Báltico tienen un impacto directo en la Asociación del Este de la UE en cuanto a las relaciones con Rusia –con la singular situación del enclave ruso de Kaliningrado– Bielorrusia y también Ucrania…

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