POLÍTICA EXTERIOR  >   NÚMERO 27

Sí a una nueva Suráfrica

Una vez más, un hombre del poder, F.W. de Klerk, se ha propuesto poner en práctica una serie de reformas que acabarían con el principal problema de Suráfrica: el racismo.
Miguel Salvatierra
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“Hoy es el día del verdadero nacimiento de la nueva Suráfrica”.  Con estas palabras, el presidente Frederik de Klerk proclamaba eufórico y satisfecho el triunfo del “sí” en el referéndum  “sólo para blancos” del 17 de marzo. Superando las previsiones más optimistas, el 68,7 por cien de la población blanca respaldó en las  urnas las reformas emprendidas por De Klerk para el desmantelamiento  del apartheid y las negociaciones que deberán llevar a unas elecciones en  las que la población negra podrá participar sin restricciones.  

Con el plebiscito, De Klerk sellaba definitivamente un ciclo emprendido el 2 de febrero de 1990 con el anuncio de la legalización de los partidos  negros prohibidos y la liberación del histórico dirigente del Congreso Nacional Africano (CNA), Nelson Mándela. Una vez más un “hombre del sistema” fue señalado por el destino para dinamitar el régimen que le engendró y en el que creció. Comparado de forma simplificadora con De Gaulle,  Gorbachov o Adolfo Suárez, el presidente surafricano supo comprender,  asimilar y reaccionar ante los cambios sucedidos en la escena internacional con el derrumbe del comunismo y el fin de la guerra fría. La pérdida de  la importancia de Suráfrica en la contención del expansionismo soviético  en el continente negro; el aislamiento económico y el acoso internacional  por la política de segregación racial, y, finalmente, la bomba demográfica  de casi treinta millones de negros frente a los exiguos cinco millones dé  blancos, han supuesto evidencias de un futuro al que había que adaptarse  o perecer.  

De Klerk ha sido consciente de esta situación de emergencia y, como  él mismo ha dicho, había que “elegir entre el peligro o el desastre”. En  esa labor de adaptación a las nuevas…

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