Desde el colapso soviético, Siria se encuentra en una encrucijada, con Teherán naciéndole señas para que se adentre por un sendero y Washington llamándole por otro. ¿Seguirá el presidente Hafed al-Assad con la política que ha practicado desde 1970 –totalitarismo en el interior, agresividad en la política exterior–, con la República Islámica de Irán como principal aliado? Como alternativa, podría introducir cambios básicos ampliando las libertades de la población siria, recortando los gastos militares, firmando un tratado de paz con Israel, liberando a Líbano de su influencia, y poniendo fin a su hostigamiento terrorista en Turquía. Esta alternativa implicaría un giro hacia Occidente en general y hacia Estados Unidos en particular.
Otra manera de ver esta disyuntiva consiste en preguntarse hasta qué punto puede Assad adaptarse a un mundo sin la Unión Soviética. ¿Es – como sugiere el ministro israelí de Asuntos Exteriores, Simón Peres– un personaje comparable a Fidel Castro que, ni siquiera reconociendo que el mundo ha cambiado, es capaz de adaptarse a él? ¿O, como sostiene un líder musulmán fundamentalista sirio, “es muy consciente de que el cambio es inevitable”, y está haciendo los correspondientes ajustes necesarios?
El derrotero que elija Assad no sólo afectará a su país, sino a todo Oriente Próximo. Si opta por la ruta iraní, el grupo de Estados díscolos de Oriente Próximo (Libia, Sudán, Irak, Irán) planteará una amenaza creíble; pero no será así si se une al bando occidental.
Especular acerca del futuro de Siria significa comprender a un hombre, Hafed al-Assad, porque, como un ex ministro israelí de Defensa expresó en una ocasión: “Cuando hablamos de Siria, debemos recordar que no estamos hablando de un país sino de un gobernante”. Por consiguiente, este relato se inicia con información acerca de la personalidad de Assad y la pauta a que se…
