Las profundas transformaciones producidas en el territorio de la extinta Unión Soviética dieron impulso a que surgiera una nueva situación geopolítica en el mundo. Es natural que, a la luz de estas nuevas circunstancias, se enfoquen de manera distinta los problemas relativos a la estabilidad estratégica internacional. Hablando metafóricamente, en las relaciones internacionales ocurre ahora algo parecido a los procesos tectónicos que se observan en la naturaleza. No obstante, ya que en este caso se trata de fenómenos en que se supone la participación humana –de seres racionales– querríamos esperar que las gigantescas fuerzas políticas y sociales liberadas por fin, después de tantos años, de las cadenas de un sistema bipolar mundial basado en la oposición ideológica y nuclear, podrán encauzar su energía para crear y no para destruir, y permitirán al mundo acelerar su movimiento por la vía del progreso.

¿En qué circunstancias se apoya este optimismo en el futuro? Antes que nada, se ha ampliado geográficamente el espacio de la democracia en el mundo, lo que ha creado bases para una cooperación auténtica y efectiva entre un número cada vez mayor de Estados y, en particular, entre Rusia y los países occidentales.

Además, se sigue desarrollando un proceso de consolidación de la economía basada en el mercado, que caracteriza actualmente la actividad económica de la comunidad internacional. Esto tiene sus ventajas tanto desde el punto de vista de la eficiencia de la producción, como desde el del creci miento del espacio económico, en el que se observa un acercamiento recíproco entre Estados y regiones enteras sobre la base de la semejanza de principios de la organización de la vida económica.

Se ha evitado, en fin, la amenaza de una guerra termonuclear mundial, que habría podido estallar como resultado de la confrontación ideológica entre bloques. Esperemos que la amenaza…