En enero de 2025, Sohail Salem, uno de los artistas más reconocidos de Gaza, llegó para examinar las secuelas de otro bombardeo israelí nocturno en una zona residencial de Deir al Balah, cerca de donde él y su familia se habían refugiado. Allí encontró a uno de sus conocidos buscando ayuda frenéticamente en medio del caos.
Salem siguió al hombre hasta su casa, destrozada por la fuerza de la explosión, y encontró a su hija de diez años, Maryam, tendida en una cama en un charco de su propia sangre, con un brazo amputado.
Maryam fue trasladada de urgencia al hospital, mientras que Salem se quedó para ayudar a la familia, incluso llamando a sus propios parientes para que le ayudaran a limpiar los escombros. En el hospital, un cirujano británico-iraquí le dijo a la familia que podría reimplantar el brazo de la niña si aún estaba intacto. Salem buscó entre los escombros hasta que lo encontró encima de una mochila escolar; milagrosamente, estaba en “buenas condiciones”. El brazo fue trasladado rápidamente al hospital y el cirujano lo reimplantó con éxito. Pero Maryam había perdido demasiada sangre y necesitaba cuidados posquirúrgicos especializados, algo imposible en el devastado sistema sanitario de Gaza. Tampoco era posible viajar al vecino Egipto para recibir tratamiento adicional: Israel había cerrado el paso fronterizo de Rafah, la principal vía de salida de Gaza, desde mayo de 2024. A pesar de los esfuerzos de todos, finalmente se amputó el brazo de Maryam para salvarle la vida.
Para artistas como Salem, escenas como esta no son historias lejanas, sino el tejido de la vida cotidiana. En Gaza, la creación y la destrucción han coexistido durante mucho tiempo, pero los últimos dos años han llevado esa tensión al extremo. Para quienes crean en medio de una de las…
