En el Strategic Assessment 1999 del Instituto para Estudios Estratégicos Nacionales de EEUU puede leerse: “Las tendencias sugieren que el mundo se está volviendo un lugar turbio y más peligroso. (…) los Estados delincuentes pueden usar de modo creciente estrategias asimétricas para retar el poder militar de Estados Unidos de un modo indirecto pero potencialmente eficaz. (…) Estas estrategias abarcan ataques a objetivos blandos como población civil estadounidense e instalaciones no militares. (…) El terrorismo se está incorporando progresivamente a las estrategias asimétricas. (…) Los ataques terroristas tienden progresivamente hacia EE UU y los símbolos de su poder más que hacia intereses comerciales y el mundo occidental en general”.
Las hipótesis más peligrosas eran y siguen siendo los ataques con armas de destrucción masiva (ADM). No hay duda de que los terroristas las emplearían si pudieran; los recientes atentados lo han demostrado. Por sus efectos la destrucción de las Torres Gemelas y parte del Pentágono son equiparables a los de las ADM. El dantesco espectáculo ha pasado, y ya no es tiempo para el estupor. Ahora se trata de tomar las medidas necesarias para cerrar el paso a la peor de las amenazas; la protección frente a las ADM ocupa hoy un lugar prioritario en las agendas de seguridad de todos los Estados occidentales.
La reacción frente a la crisis debe cubrir todas las amenazas potenciales y no reaccionar a bandazos en función del último golpe recibido. Es cosa sabida que las ciudades amuralladas se asaltan siempre por los lugares más accesibles o menos vigilados, y sólo los torpes repiten las mismas secuencias. La política para protegerse frente a la combinación de terrorismo y ADM es sólo una de las partes de la gran estrategia de seguridad.
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