Cierto es que ya desde principios del siglo XX, Estados Unidos ha mantenido una postura ambigua y contradictoria en las relaciones globales que no le afectaban directamente y también con las organizaciones internacionales modernas dedicadas a diseñar y mantener un proyecto de modelo para garantizar la paz y una cierta previsibilidad. El dato puede ser corregido y ampliado precisamente desde el lado contrario, pero la conclusión es redundante: EEUU tiende a diseñar su proyección exterior según las urgencias del momento y en general, con algunas notables excepciones, sin ninguna referencia que pudiera ser interpretada por el mundo exterior como previsible o justificable.
Las dos grandes guerras
Los ejemplos de las dos guerras mundiales son harto significativos. La primera había comenzado en 1914, pero el gobierno de Estados Unidos, bajo la presidencia de Woodrow Wilson, no contempla su participación en la contienda hasta 1915, cuando submarinos alemanes hunden en las costas irlandesas el transatlántico Lusitania de la Cunard Line y posteriormente anuncian su voluntad de continuar con similares agresiones. Una de ellas, la que definitivamente motivó la participación americana en el conflicto, tuvo lugar en 1916, cuando la misma agresión germana acaba con el hundimiento del transatlántico Sussex, en el que, por cierto, fallecieron el compositor español Enrique Granados y su mujer, que regresaban de Nueva York tras el estreno de “Goyescas”. Murieron ahogados como consecuencia del ataque.
Estados Unidos no decidió su participación en la Segunda Guerra Mundial, que había comenzado en 1939 tras la invasión de Polonia por parte de la Alemania hitleriana y la URSS estalinista, hasta 1941 cuando Japón decide atacar la base militar americana de Pearl Harbour en Hawái. Era la culminación indirecta de los esfuerzos desarrollados por el primer ministro británico, Winston Churchill, para convencer al presidente americano, Franklin Delano Roosevelt, de la urgencia de su participación en la guerra contra la Alemania nazi.
Pero fue también Wilson el que con sus siempre bien recordados “14 puntos” sentó las bases para el Tratado de Versalles y, consiguientemente, del acuerdo de paz que puso fin al conflicto. El último de los puntos, premonición de la Sociedad de las Naciones y preámbulo para la noción moderna de los esquemas multilaterales, establecía: “Debe crearse bajo acuerdos específicos una asociación general de naciones, con la finalidad de proporcionar garantías mutuas para la independencia política y la integridad territorial de los Estados grandes y pequeños”.
Por lo que afectaba a Estados Unidos, y con referencia a la Sociedad de las Naciones, el propósito no llegó demasiado lejos: el Senado de Estados Unidos se opuso a la participación americana en esta organización, seriamente dañada desde el principio por su ausencia y pronto sometida a las turbulencias políticas y económicas de la época. En 1939, cuando nazis y soviéticos invaden Polonia, la Sociedad de Naciones, en la práctica, había dejado de existir. Roosevelt recuperó la inspiración multilateralista cuando, al finalizar la Segunda Guerra Mundial, y tras los acuerdos de Potsdam, apoyó vivamente la creación de la Organización de las Naciones Unidas y comprometió la activa participación de Estados Unidos, que formaría parte del núcleo del proyecto, los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad –EEUU, URSS, China, Francia y Gran Bretaña– que tenían además derecho de veto a las decisiones que eventualmente pudiera adoptar la organización.
La significativa aportación de la ONU
Los ochenta años transcurridos desde entonces, y que ahora se celebran con sentimiento de alivio, han puesto de relieve la significativa aportación que la ONU, con todas sus imperfecciones y faltas. Ocho décadas de un tiempo relativamente insólito en la historia mundial de previsibilidad y paz. Ahora, con la presidencia del país ocupada por Donald Trump en un segundo mandato, habrá que ver lo que ocurre.
¿Aprecian estos Estados Unidos de Trump el papel desarrollado y por desarrollar en la esfera global por la Organización de las Naciones Unidas? En el mejor de los casos la respuesta debería situarse bajo un contundente signo de interrogación. En el peor, debería estar relacionada con una abierta negativa.
Lo que el actual presidente de Estados Unidos manifiesta al respecto no deja de momento abierta ninguna otra posible interpretación. Su intervención ante la Asamblea General del 23 de septiembre de 2025, que en su conjunto parece más propia de una asamblea partidista doméstica que de una reflexión dirigida a la consideración de 192 naciones independientes que forman la ONU, incluido EEUU, constituye una rotunda puesta en duda no solo del papel desarrollado por las Naciones Unidas, sino incluso de su misma existencia.
«En estos ochenta años, la ONU, con sus imperfecciones y faltas, ha escrito un tiempo relativamente insólito en la historia de previsibilidad y paz»
En realidad, no hay nada nuevo al respecto. La “filosofía trumpista”, concediendo al nombre una generosidad que la realidad no merece, porque para el actual presidente americano todo se reduce a la expresión vulgar de sentimientos y aproximaciones más relacionadas con el vientre que con la cabeza, es abiertamente contraria al mundo de convenciones multilaterales creadas tras la Segunda Guerra Mundial. En un terreno próximo, el de la OTAN, ya se pronunció durante su primer mandato al calificar a la Alianza Atlántica de “organización obsoleta”.
Ahora, en su intervención ante la Asamblea General, no ha perdido ocasión o momento para descalificar a la ONU y tacharla de incapaz para resolver conflictos o situaciones como la de la promoción de las energías alternativas o los apoyos a los inmigrantes. Su discurso estuvo sembrado de descalificaciones hacia los países europeos, que según Trump están cabalgando hacia la ruina, y abiertos insultos contra su predecesor Joe Biden. Esta no suele ser la tónica de los discursos pronunciados ante la Asamblea General por los países miembros, habitualmente centrados en la colaboración internacional según lo previsto en la Carta fundacional.
Críticas, viejas y nuevas
No es nueva la crítica que recibe Naciones Unidas respecto a su incapacidad para solucionar los problemas de la comunidad internacional. En alguna que otra ocasión esta crítica ha sido seriamente considerada por los gobiernos de los países miembros, que han analizado proyectos de mejora en terrenos financieros o políticos, sin poner en duda el significativo papel que juega la ONU en el contexto internacional. Los problemas de la ONU son los de los países miembros y más allá de las capacidades ejecutivas que alberga el Consejo de Seguridad, la organización tiene una limitada capacidad de decisión.
La ONU vive de la colaboración y actividad de sus miembros. Su supuesta incapacidad, presente en el discurso de Trump ante la Asamblea General, en realidad esconde la voluntad de alejarse del sistema multilateral. ¿Llegará EEUU a cancelar su asociación al sistema, retirando al país de la ONU, imitando en ello a los también republicanos que en 1920 decidieron que el país no participara en la recién creada Sociedad de Naciones? No parece que la Casa Blanca esté actualmente en esa disposición de ánimo, pero de su actual inquilino se puede esperar cualquier cosa.
«La experiencia del presente y el recuerdo del pasado aconsejan la reconstrucción del multilateralismo que encarnan las Naciones Unidas»
Estados Unidos ha anunciado ya su decisión de retirarse de cinco organizaciones internacionales pertenecientes al grupo de la ONU. Se trata del Acuerdo de París sobre el cambio climático, el Consejo de Derechos Humanos de la ONU, La Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), y la Agencia de Naciones Unidas para la población refugiada de Palestina en Oriente Próximo (UNRWA).
El conjunto revela tanto un claro programa político de abandono temático como una aparejada voluntad de cortar ayudas financieras a los programas de Naciones Unidas, todos ellos de significativo alcance y propósito. La ONU ha dejado saber ya que no podrá mantener los programas de las agencias correspondientes, todas dedicadas a aspectos centrales de la humanidad doliente. Eso no le importa a Trump que está decidido a hacer realidad un programa de negocio, que lleve a “América a ser grande de nuevo”. Estados Unidos tiene para lograrlo, dice, unas capacidades propias que no existen en otros países, ni tampoco en la ONU.
Por eso, presumió en su discurso ante la Asamblea de su gestión para resolver siete conflictos bélicos, naturalmente mencionando la incapacidad de la organización para hacer lo propio. Se trata de los que enfrentaron a Camboya y Tailandia, Kosovo y Serbia, Congo y Ruanda, Pakistán e India, Israel e Irán, Egipto y Etiopia y Armenia y Azerbaiyán.
Todos los analistas que han estudiado las correspondientes situaciones, y con matices varios, coinciden en la misma perspectiva: en diversos grados, todos esos conflictos subsisten. Mientras tanto, poco o nada dijo Trump ni sobre Ucrania, ni sobre Gaza. De la primera, recordó a su “amigo” Putin la necesidad de un alto el fuego, (que Trump había asegurado conseguir en 24 horas hace ocho meses), y afirmó que Ucrania podía recuperar su integridad territorial. Advirtió a los países europeos de que dejaran de comprar petróleo ruso. Y en torno a Gaza, sobre la que Catar anticipó un arreglo que se alcanzaría poco después, desvió la atención del hecho de que decenas de miembros de la ONU han reconocido al Estado palestino lo que, en su opinión, acabará por favorecer a los terroristas del grupo Hamás.
Seguramente, aunque sobre ello no se pronunciara, debió sentir el silencio que siguió a su presentación en la Asamblea General. Y posiblemente anotó también el brutal vacío con el que fue recibida la partitura de su aliado Benjamin Netanyahu un día después en el mismo foro. El Tribunal Penal Internacional tiene catalogados a sus próximos, Putin y Netanyahu, como criminales de guerra. Los 57 minutos en Nueva York nos facilitan un adecuado guion de su diatriba populista, que puede cambiar según su humor, pero que lleva a una inevitable y urgente constatación: la poderosa realidad nacional e internacional de Estados Unidos está hoy sometida a unos niveles de imprevisibilidad y conveniencia que pueden convertir la esfera de las relaciones internacionales en una peligrosa y deslizante pista de consecuencias desconocidas.
La experiencia del presente y el recuerdo del pasado aconsejan vivamente la reconstrucción del multilateralismo que Naciones Unidas encarna, como base indispensable para el mantenimiento de un mundo guiado por cuotas razonables de paz, libertad y previsibilidad. Donald Trump, hoy presidente de Estados Unidos, no está por ello. Conviene tenerlo muy en cuenta.

Desorden global y Cooperación Internacional al Desarrollo