A Bélgica le corresponde la presidencia del Consejo de la Comunidad Europea durante el segundo semestre de 1993. Desde la perspectiva presente, tras la entrada en vigor del Tratado de Maastricht, la aplicación del mismo figura como la
primera de nuestras prioridades. Esto no significa que ignoremos las difi cultades con las que tenemos que actuar. En efecto, estamos confrontados con una doble y grave crisis de confianza. La recesión económica y la tragedia yugoslava son responsables de las dudas que mantiene la opinión pública respecto de Europa. Es nuestro deber, en primer lugar, establecer esta confianza. Maastricht será para nosotros el medio para realizar nuestras ambiciones.
Con la puesta en marcha del Tratado de Maastricht, la Comunidad supera la primera fase de la integración europea, que se limitaba principalmente a la creación de un Mercado Único. El tratado recuerda a los Estados miembros la necesidad de transformar su asociación en “unión cada vez más estrecha”. El éxito de esta nueva etapa de la integración europea –que nos conduce hacia la Unión Monetaria y Política– es absolutamente necesario frente a los numerosos desafíos que aparecen actualmente en el horizonte.
El fortalecimiento del proceso de integración europea previsto por el Tratado de Maastricht debe darnos la cohesión necesaria para llevar a cabo nuestras tareas externas. Sin esta cohesión la Comunidad no podrá nunca imponerse como polo de estabilidad y de prosperidad en un mundo turbu
lento. Necesitamos una Comunidad bien estructurada, democrática y económicamente estable para combatir los problemas que acosan a la Europa del Este desde el hundimiento de la Unión Soviética.
Nos hace falta una Unión Europea para estimular el desarrollo duradero de nuestros vecinos meridionales y para hacer frente al radicalismo y al fundamentalismo.
Y, como recientemente ha dicho el embajador de Estados Unidos en la Comunidad,…
