Autor: Vicente Palacio
Editorial: Catarata
Fecha: 2016
Páginas: 136
Lugar: Madrid

Después de Obama

Irene García Benito
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Con la vista puesta en las próximas elecciones presidenciales en Estados Unidos, todos los medios se han centrado en narrar el camino hacia la Casa Blanca, olvidándose del camino de Barack Obama en la Casa Blanca. No hay duda de que los pasos de cualquier presidente de la que sigue siendo considerada la primera potencia mundial van a ser estudiados, pero ocho años de mandato merecen siempre un análisis exhaustivo. Y no solo como broche final a estas dos legislaturas, sino porque Obama ha iniciado un cambio de rumbo de la política exterior estadounidense que enfrenta a su sucesor a un gran desafío: continuar una política que parece acertada pero cuyos cimientos todavía se están secando o girar 180 grados de nuevo.

Ese análisis exhaustivo de los dos mandatos de Obama lo encontramos en Después de Obama, de Vicente Palacio, director del Observatorio de Política Exterior de la Fundación Alternativas. Palacio describe el paisaje con el que se encontró Obama al llegar a la Casa Blanca y el que deja al irse de ella tras dos legislaturas.

La principal prioridad de Obama en enero de 2009, al comienzo de su mandato, fue la reactivación de una economía que parecía agotada. Ante una crisis originada por la desregulación, parecía una respuesta lógica la apuesta por una mayor implicación del gobierno. La Obamanomics tuvo dos objetivos principales: la reducción del desempleo y el mantenimiento de la inflación. Como era de esperar, no llovió a gusto de todos. Mientras para algunos las reformas se dirigían a salvar a Wall Street, otros criticaron el carácter keynesiano de estas. En 2010, los republicanos volvieron a ser mayoría en la Cámara de Representantes y la popularidad de Obama caía en picado.

Pero la realidad es que, en menos de seis meses, Obama consiguió detener la caída libre del país hacia una nueva depresión. El anuncio del final de la política monetaria expansiva a finales de 2015 demuestra que la economía estadounidense ha vuelto a la normalidad. Esta normalización ha permitido que Obama disfrute de nuevo de una gran aprobación y que EE UU pueda presumir de unos datos macroeconómicos estables. Es posible que las cifras no sean tan esperanzadoras como pudieron ser las de épocas de mayor esplendor económico, como la era Reagan, pero la comparativa a nivel global, en especial con China y potencias emergentes como Brasil, da un margen a EE UU para coger aire.

Para suerte de Obama, la crisis financiera no afectó de manera directa a la política exterior de la superpotencia, lo que le permitió llevar a cabo un nuevo enfoque internacional sin prestar demasiada atención a lo que ocurría de fronteras para adentro, aunque no se puede evitar pensar que la crisis económica llevó a Obama a actuar de forma más prudente. Para Vicente Palacio, estos ocho años se pueden resumir de forma muy concisa: “No cometer estupideces”. La campaña de Obama se nutrió de grandes promesas, reafirmadas en El Cairo, en un discurso dedicado al mundo musulmán pero que escondía entre sus líneas las bases de lo que bien podría ser una nueva doctrina si, llegado el momento, su sucesor decide continuarla.

Frente a la idea de que EE UU, a través del poder duro –militar sobre todo, pero también económico–, tenía capacidad para imponer sus ideas, Obama ha optado por aceptar que el mundo no tiene ningún dominador claro. Pronto se confirmó que Washington no podía –o no debía– estar en todas partes. Las revoluciones árabes y sus heridas, aún abiertas, han coincidido en el tiempo con el pivote asiático. Egipto, Libia, Palestina, Siria y ahora el Estado Islámico hacen de Oriente Próximo la gran pesadilla de Obama, mientras el giro hacia el Pacífico no ha sido del todo efectivo: su consolidación necesita más tiempo y, sobre todo, una correcta lectura de la realidad. Como nos recuerda el autor, Estados Unidos se encuentra hoy en tierra de nadie.

Obama no se ha enfrentado a un mundo fácil –siendo justos, el mundo nunca ha sido fácil–, donde la emergencia de nuevos actores hace cada vez más complicada una gobernanza global. Cierra su mandato, sin embargo, manteniendo cierto liderazgo, con la convicción de que el poder blando da a EE UU una nueva oportunidad de reinventarse para que, en el fondo, nada cambie. Los últimos movimientos de Obama dejan claro, por ejemplo, que EE UU tiene todavía capacidad para ser el líder del comercio global.

Durante ocho años, Obama quizá haya cometido tantos fallos como aciertos, pero consigue cerrar su mandato dejando a un lado los errores. El análisis de Palacio deja un sabor agridulce, sin embargo. El país de la Gran Desigualdad sigue siendo desigual, pero también experimenta grandes avances sociales, en especial en el ámbito de la cobertura sanitaria. Fuera de las fronteras, el anti-americanismo sigue ahí, pero pocos parecen dispuestos a legitimar a un nuevo líder global. Obama, en resumen, ha conseguido mantener la calma, pero la tempestad no cesa.

Es difícil predecir si el próximo presidente tendrá vía libre para continuar creciendo económicamente o si lo que parecía una salida de la crisis era solo una pausa entre recesiones. Tampoco podemos predecir si la continuidad de la política exterior de Obama permitirá a EE UU mantenerse en el centro de la nueva geopolítica mundial, o si será necesario deshacer sus pasos. Lo único seguro cuando se habla de la mayor potencia mundial es que hará todo lo que esté en sus manos para seguir en lo más alto del podio.