Autor: Corey Robin
Editorial: Capitán Swing
Fecha: 2019
Páginas: 328
Lugar: Madrid

La mente reaccionaria

Jorge Tamames
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Corey Robin ha escrito un libro imprescindible. O, mejor dicho, la colección de ensayos que publicó en 2011 –traducida en 2019 por Daniel Gascón y publicada por Capitán Swing– se ha vuelto imprescindible tras la elección de Donald Trump. En La mente reaccionaria, Robin, profesor de Ciencias Políticas de Brooklyn College y editor en la revista socialista Jacobin, traza una historia del pensamiento conservador desde Edmund Burke hasta Sarah Palin. Una genealogía que cuestiona la concepción del conservadurismo como una ideología sobria, ponderada y en todo caso aburrida.

Huyendo de perspectivas cortoplacistas o exclusivamente centradas en Estados Unidos, La mente reaccionaria destaca los paralelismos entre figuras políticas como Antonin Scalia, Ronald Reagan, los neocon o el propio Trump. Robin los conecta con una galaxia de pensadores de derechas: reaccionarios como Burke y Joseph de Maistre, conservadores discretos como Alexis de Tocqueville y Michael Oakeshott, enfants terribles (Hobbes, Nietzsche, Ayn Rand), el libertario Friedrich Hayek e incluso referentes ocasionales para la izquierda, como Carl Schmitt y Georges Sorel, desfilan por las páginas de este libro en un ejercicio intelectual soberbio.

¿Qué caracteriza al pensamiento reaccionario? El punto de partida es la Revolución Francesa. Robin ubica el origen del conservadurismo en “la experiencia de tener poder, verlo amenazado, e intentar ganarlo de nuevo”. Precisamente por eso el conservadurismo, en contra de lo que comúnmente se asume, es una ideología dinámica y convulsa, que no hace ascos al populismo ni a la violencia en su intento de frustrar la emancipación de las clases subalternas. “Estamos todos de acuerdo en cuanto a nuestra propia libertad, pero no en cuanto a la libertad de los demás” –observó Samuel Johnson en una ocasión– “Creo que ninguno desearíamos que la muchedumbre tuviese la libertad de gobernarnos.”

El enemigo principal del conservadurismo, sostiene Robin en un giro inesperado, es el statu quo. En opinión de muchos pensadores reaccionarios, los defensores del antiguo régimen se han vuelto débiles y perezosos, incapaces de defenderse ante el asalto revolucionario que se avecina. Son los propios revolucionarios quienes ejercen una fascinación profunda sobre la derecha. De Maistre escribe con envidia sobre la “magia negra” de los jacobinos; Burke admite que sus enemigos son superiores en el plano político.

De la frustración con el antiguo régimen y la admiración hacia los revolucionarios que lo amenazan nace una síntesis sorprendente. El pensamiento conservador reacciona ante el éxito de la izquierda apropiándose de sus tácticas e incluso su lenguaje para dotar al viejo orden de nueva sangre. Un proyecto lampedusiano, pero solo parcialmente: el propósito es reestructurar y dinamizar el status quo, no simplemente restaurarlo (y mucho menos abolirlo).

El fenómeno Trump ilustra este proceso a la perfección. Breitbart, el medio de comunicación predilecto del presidente, fue fundado por un gramsciano ultraderechista. Su exdirector Steve Bannon –hoy asesor estratégico de Trump– admira a Lenin. El neonazi Richard Spencer, que defiende un programa de limpieza étnica en EE UU, se escuda argumentando que solo hace “políticas identitarias” para blancos discriminados. Los intelectuales de la extrema derecha están obsesionados con la Escuela de Fráncfort, que algunos han estudiado en profundidad. Los pensadores reaccionarios “con frecuencia son los mejores estudiantes de la izquierda”, escribe Robin. Pero lejos de representar una ruptura con el pensamiento republicano ortodoxo, Trump es simplemente la culminación de la línea adoptada por la derecha estadounidense desde tiempos de Richard Nixon.

El movimiento conservador, sostiene Robin, es la fuerza que más ha cambiado EEUU durante las últimas cuatro décadas. Los postulados conservadores son hegemónicos incluso –especialmente– cuando gobiernan demócratas como Bill Clinton y Barack Obama. Pero el conservadurismo es, al mismo tiempo, un movimiento insurgente. Cuando llega al poder se atrofia. En la medida en que la derecha necesita un enemigo del que nutrirse, la emergencia de una izquierda genuina dentro del Partido Demócrata podría haber impulsado la deriva extremista del Partido Republicano. “Este es el trasfondo de la victoria de Trump” señala la periodista progresista Naomi Klein–“nuestros movimientos estaban empezando a ganar.”

La mente reaccionaria es un tour de force excelente. Destacan los capítulos dedicados a Hobbes y Rand, de los que se desprende un respeto considerable por el primero y un desdén infinito hacia la segunda. También es recomendable el ensayo sobre Edward Luttwak y John Gray, dos pensadores que abandonaron su fe en el conservadurismo tras la caída del muro de Berlín. Aunque su contenido es teórico y su objetivo muy ambicioso, el libro de Robin, no deja de ser una lectura estimulante.