Autor: Carl Benedikt Frey
Editorial: Princeton University Press
Fecha: 2019
Páginas: 464
Lugar: Princeton

La trampa tecnológica

Mariano Aguirre
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En 2013, Carl Benedikt Frey y Michael A. Osborne, de la Universidad de Oxford, publicaron un estudio sobre la relación entre computarización, salarios y niveles educativos, y el impacto en 702 tipos de trabajo en Estados Unidos. (Su definición de computarización es “la automatización del trabajo a través de equipos controlados por ordenadores”). El resultado fue que el 47% de una gama de trabajos realizados por personas estaban en riesgo de ser sustituidos por robots e inteligencia artificial.

Frey, experto en tecnología, empleo y economía en las universidades de Oxford y Lund, ha ampliado su estudio desde la perspectiva de la historia de las relaciones entre avances tecnológicos y empleo. El resultado es un libro imprescindible sobre el impacto de la robotización y la inteligencia artificial. The Technology Trap revisa la relación entre innovación tecnológica y trabajo desde los inicios de la humanidad hasta llegar a la cuarta revolución industrial. Frey analiza los cambios en el trabajo debido a la incorporación de tecnología, y plantea que la creciente automatización tiene relación con el actual ascenso de políticos populistas, que cosechan apoyo entre sectores sociales que pierden el empleo y la posibilidad de ascenso social intergeneracional.

 

Esclavos, siervos y ‘robotniks’

En su recorrido histórico Frey explica que en la época preindustrial se realizaron en la agricultura avances para la supervivencia, y más tarde con el fin de acumular y comerciar. El imperio romano desarrolló avanzados sistemas urbanos, hidráulicos y de guerra. Un factor que desalentó durante siglos a la innovación tecnológica fue la esclavitud y, durante la Edad Media, el sistema de servidumbre. (En el feudalismo, en Hungría los siervos eran denominados robotniks). Las clases altas contaban con los bienes necesarios, sin que les costara más que el mantenimiento de sus ejércitos y mercenarios. Frey subraya la relación estrecha entre abundancia de trabajo no remunerado y la lentitud de la aplicación de tecnología a la producción.

En la Edad Media se introdujo el uso del caballo y del arado pesado, que permitieron los ciclos de cultivos. Invenciones como las herraduras y los estribos fomentaron las comunicaciones y el comercio. Más adelante, el uso del viento y el agua, y la introducción del molino de agua, reemplazaron parcialmente al trabajo animal.

En favor del desarrollo tecnológico fueron decisivos el avance del pensamiento científico sobre las supersticiones y el conservadurismo religioso, las pestes –que eliminaban masivamente la mano de obra no remunerada y permitieron que los supervivientes exigieran un pago por trabajar– y el papel de los parlamentos (representando a los comerciantes) en países como España, Francia, Inglaterra y Holanda, frente a las monarquías que rechazaban la industrialización.

Dos momentos clave en la organización del trabajo fueron la incorporación del tiempo laboral –y su medición a través del reloj– y la imprenta, que permitió la difusión del conocimiento tecnológico y del cálculo matemático. Y los avances más importantes del Renacimiento fueron la máquina de vapor y la física. Esta demostró que diferentes partes, ejecutando diversas funciones, forman una maquinaria que lleva a cabo actividades complejas que ahorran esfuerzo y energía.

Por su parte, la aplicación de tecnología a la guerra provocó profundas transformaciones vinculadas a la formación de los futuros Estados. En el siglo XV había en Europa alrededor de 5.000 unidades políticas, que quedaron restringidas a 500 durante la Guerra de los Treinta Años (1618-1648).

 

Colonialismo y revolución

Pero fueron los viajes a ultramar y conquistas de territorios en América, África y Asia lo que potenció en el siglo XVIII la tecnología de la navegación, la guerra, el comercio y la industria. La primera revolución industrial (1760-1840) se generó en Gran Bretaña para expandirse a otros Estados europeos. Se formó una nueva clase social asociada a la industria, las manufacturas y el comercio. El sistema colonial permitió, además, extraer materias primas fundamentales para la industrialización.

El libro de Frey revela que en numerosas ocasiones el poder político o sectores de la ciudadanía se rebelaron contra las nuevas técnicas que sustituían el trabajo humano. Trabajadores de sectores agrícolas, industrias y servicios también se resistieron, incluso de forma violenta, a maquinarias y progresos tecnológicos que les dejaban sin empleo. Las encuestas indican que actualmente en EEUU y Europa hay una creciente inquietud frente a la automatización.

La posibilidad que la mechanika (concepto al parecer introducido por Aristóteles) pudiese quitar trabajo a los pocos que cobraban por ello en los siglos anteriores a la primera revolución industrial fue visto con preocupación por emperadores y monarquías. En el siglo XVI la reina Isabel I de Inglaterra se negó a que se modernizaran los molinos para evitar que los “súbditos se volvieran mendigos”.

La primera revolución industrial produjo el desempleo de numerosos sectores agrícolas y manufactureros. El bienestar solo llegó a las generaciones siguientes. “Los grandes beneficios de la revolución industrial tardaron más de un siglo en materializarse”, explica el autor.

En cambio, la segunda revolución industrial llevó a la producción masiva de manufacturas en parte consumidas por los sectores empleados en fabricarlas, y a que se disfrutarán los avances tecnológicos y el empleo. Entre 1870 y 1980, la innovación tecnológica mejoró el empleo, el consumo y disminuyó la desigualdad. A partir de entonces, las cosas han cambiado mucho. Frey explica que la distancia temporal entre innovación y ventajas para el sector del trabajo plantea serios dilemas.

 

Revolución y desigualdad

La cuarta revolución industrial integra innovaciones digitales (avanzadas en la tercera revolución), biológicas y físicas. La robotización y la inteligencia artificial están reemplazando a parte del trabajo humano, sin que para la mayoría se generen alternativas de empleo, o a los que se accede son de baja calidad. A la vez, los sistemas de apoyo (Estado del bienestar) se encuentran en crisis o no cuentan con recursos suficientes. Las nuevas generaciones laborales, en especial las que cuentan con menos formación, carecen de apoyos para la difícil transición entre el mundo laboral productivo y el de la automatización.

La tendencia actual es que un sector reducido de la sociedad concentre altos conocimientos tecnológicos, viva en zonas ricas de ciudades y países, y acceda a servicios de calidad en educación, salud, ocio, movilidad global y vivienda. Mientras tanto, grandes sectores sociales con menor educación quedarán marginados, en empleos precarios o sufriendo desempleo crónico.

Según Frey, “en un mundo donde la tecnología crea menos puestos de trabajo e inmensa riqueza, el desafío se encuentra en el terreno de la distribución”. Las decisiones a tomar son económicas y políticas sobre cómo usar la tecnología. La división económica que crea la automatización “se ha traducido en una gran división política que desafía la arquitectura de la democracia liberal (…) El auge del populismo refleja, en gran parte, el fracaso de los gobiernos en lograr que se repartan más ampliamente las ganancias del crecimiento económico”.

The Technology Trap no es un libro contra los avances tecnológicos. Su propuesta es que no se ignoren los efectos en el empleo con el objetivo de tomar decisiones políticas, y que se adopten medidas en educación, formación profesional, seguros laborales y créditos para quienes queden desplazados, además de regular el precio de la vivienda. Para financiar planes de este tipo es necesario, a su vez, que los Estados cuenten con recursos que saldrían de impuestos que disminuyan la desigualdad.