POLÍTICA EXTERIOR nº 191 - Septiembre/octubre de 2019
La Humanidad es una
MANUEL LUCENA GIRALDO
Investigador del Consejo Superior de Investigaciones Científicas de España (CSIC) y profesor asociado del Instituto de Empresa/IE University.
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El viaje de Magallanes y Elcano fue el cénit de los descubrimientos españoles y portugueses. La circunnavegación del globo cerró un ciclo que trastocó la relación entre población, territorio y riqueza a escala planetaria.
La verdadera edad de oro de los descubrimientos geográficos transcurrió entre 1492 y 1522. En la primera fecha, Cristóbal Colón y sus acompañantes, en un viaje hacia el Oeste tan temerario como bien fundado, lograron llegar con toda probabilidad al islote Watling, en las Bahamas. En la segunda tuvo lugar el retorno a España de la primera expedición de circunnavegación, iniciada por Fernando de Magallanes y culminada por Juan Sebastián Elcano. Esa culminación, nunca planeada, cerró un ciclo de exploraciones que trastocó la relación entre población, territorio y riqueza a escala planetaria.
De acuerdo con la clásica tesis “occidentalista” de Walter P. Webb, expuesta en plena guerra fría, el descubrimiento y sus consecuencias hicieron de Europa una metrópoli y de América su gran frontera. En 1492, los 100 millones de europeos ocupaban una extensión de poco más de seis millones de kilómetros cuadrados. En apenas unas décadas, la superficie de la tierra en la que se hallaban presentes se multiplicó por cinco, la densidad se contrajo a una sexta parte y se difundió por doquier la idea de que en ultramar existían reinos “por descubrir y por ganar”.
La prolongación natural del descubrimiento de América aconteció con la llegada de Elcano y sus 18 acompañantes (habían partido 245) a Sanlúcar de Barrameda, tras la primera circunnavegación de la Tierra. Tanto Colón como Elcano buscaban las ricas islas de las especias y acercarse a China (Catay) y Cipango (Japón). El primero nunca pensó en llegar a otro sitio que Asia. El segundo no concibió dar la vuelta al mundo, hasta que fue necesario.
Héroes navegantes
El año 1000 supuso el comienzo de la recuperación urbana en la Europa occidental cristiana. A pesar del retroceso que trajo la mortandad a consecuencia de la peste negra de 1348 y la lenta evolución demográfica posterior, la existencia de ciudades marítimas gobernadas por patriciados ajenos a ejercicios despóticos del poder, abiertas al capital-riesgo y la iniciativa individual, marcó la diferencia. El protagonismo del Viejo Mundo en las aventuras de exploración marítima que marcaron las rutas futuras de la globalización fue resultado de una mentalidad empresarial, acompañada de un cambio cultural.
Como ha señalado el historiador Felipe Fernández Armesto, las hazañas oceánicas fueron consideradas dignas de caballeros y modelo a seguir. Una aureola de heroísmo acompañó la expansión europea durante los siglos XV y XVI. Aquellas empresas que se dirigieron a multiplicar los beneficios de las rutas mercantiles, evitando intermediarios musulmanes en el acceso a productos valiosos como pimienta, clavo, oro o esclavos, marcaron la tendencia a largo plazo. Los portugueses, que finalizaron la reconquista un siglo antes que los reinos de Castilla y Aragón, lograron cruzar el cabo de Buena Esperanza, con Bartolomé Dias al mando, en 1488. Tras aquella navegación por regiones africanas, cuyos vientos y corrientes eran desconocidos, se alcanzaron grandes beneficios. Era cuestión de tiempo que llegaran a India. En realidad, la ruta del Índico era habitual desde hacía milenios y los portugueses se apoyaron en pilotos locales, voluntarios y forzados, para multiplicar la distancia recorrida. El capitán mayor Vasco de Gama partió a India en busca de riquezas y también, creía, “rebosante de cristianos”. Neurótico y violento, en el límite de la tecnología naval disponible y famoso por su dureza al mando, Vasco de Gama llegó a Calicut (Calcuta) en 1498 y retornó de India para contarlo. Estuvo allí en otras dos ocasiones. Su aportación sustancial fue el conocimiento de una ruta previsible hacia las Molucas.
El relativo monopolio del que habían disfrutado los portugueses en el océano Atlántico se había roto con la llegada seis años antes de Colón y los españoles “a las Indias”. Es importante recordar que Colón acudió a Castilla porque los portugueses, con buenos motivos, no vieron interés alguno en llegar a Asia por el Oeste, como les había propuesto. En una ironía de la historia, dos décadas después les ocurrió lo mismo y con un connacional suyo, Magallanes.
Carrera sin tregua
El éxito del viaje de descubrimiento colombino de 1492, culminado con el retorno a la península ibérica en marzo de 1493, facilitó la organización inmediata y con apoyo real del segundo viaje. Este partió de Cádiz en septiembre de aquel mismo año y se le aplica el calificativo de poblador, porque esa fue su naturaleza. Constó de una flota de 17 naves y cerca de 1.500 hombres y algunas mujeres, entre hidalgos, artesanos, marineros, labradores y religiosos. Como navegaron más hacia el sur que en el primer viaje, hallaron en las Pequeñas Antillas las islas de Dominica, María Galante, Guadalupe, Montserrat, Santa María la Redonda, Santa María de la Antigua, San Martín y Santa Cruz, además de Borinquén (Puerto Rico). Cuando llegaron el 22 de noviembre a La Española, Colón y sus acompañantes encontraron el Fuerte Navidad, fundado en el primer viaje, destruido y la guarnición aniquilada. Abandonaron entonces ese lugar y fundaron Isabela, primera ciudad europea en el Nuevo Mundo. Por fin, reemprendieron el 24 de abril de 1494 la navegación “en busca de Asia”, mientras recorrían Cuba y Jamaica. Al poco, enfermo y agotado por su incesante búsqueda de referencias geográficas o culturales asiáticas, Colón regresó a la península.
«Las hazañas oceánicas fueron consideradas dignas de caballeros y modelo a seguir; una aureola de heroísmo acompañó la expansión europea durante los siglos XV y XVI»
Las hazañas descubridoras no impidieron que el segundo viaje fuera un desastre anunciado. Poblar y colonizar aquellas tierras requería una estrategia distinta. Ni China ni Japón o las islas de las especias aparecían por ninguna parte. A partir de entonces se hizo evidente que la afortunada falacia geográfica que había facilitado el proyecto colombino, basado en la posibilidad de llegar a Asia desde Europa navegando hacia el Oeste, tenía otras reglas. Nadie podía suponer todavía que en la ruta asiática se había interpuesto un nuevo continente, América, desconectado del desarrollo de Eurasia unos 40.000 años a.C. El propio Colón pensaba haber llegado a un ramillete de “islas de la India”. No obstante, su crédito permanecía. En otoño de 1496 fue recibido en Burgos por los Reyes Católicos, quienes confirmaron sus privilegios. Fernando e Isabel deseaban utilizar su pericia como navegante y explorador, pero se daban cuenta de la necesidad de apartarlo del gobierno.
Pese a los recelos de los monarcas, en abril de 1497 Colón empezó a preparar el tercer viaje. Logró equipar seis naves, en las cuales habían de embarcar soldados, marineros, labradores, artesanos y menestrales de diversos oficios. En mayo de 1498 partió el tercer viaje colombino desde Sanlúcar de Barrameda. Pasaron por Cabo Verde, la isla de Trinidad, el delta del Orinoco y el 2 de agosto de 1498 entraron en el golfo de Paria, descubriendo el continente suramericano. Colón fue depuesto al poco, pero fue autorizado en octubre de 1501 a preparar un cuarto viaje. Fue una desesperada búsqueda de la ruta asiática, de un paso al oeste de las Antillas que llevara al Extremo Oriente. El almirante partió de Cádiz el 9 de mayo de 1502, con una flota de cuatro navíos, rumbo a las Canarias. El 15 de junio se encontraba frente a Martinica y en agosto de 1502 alcanzó tierra firme, en el territorio de lo que hoy es Honduras. Recorrió el istmo centroamericano hacia el sur, bordeó Nicaragua y Costa Rica, hasta Veraguas, en las costas panameñas. Tras enfrentarse a tormentas y huracanes, el almirante perdió dos barcos y con los otros dos, muy averiados, arribó a Jamaica el 23 de junio de 1503. Allí, enfermo de artritis, permaneció un año en espera de auxilio y por fin en noviembre del año siguiente llegó a Sanlúcar de Barrameda.
Aunque es materia de debate si Colón aceptó la existencia en el camino de Asia de un nuevo continente, antes de fallecer en Valladolid en 1506, fue el viaje de Magallanes y Elcano, tras cruzar el inmenso océano Pacífico, el que resolvió el enigma con su viaje de circunnavegación.
Magallanes y su medio viaje
Existen momentos especiales en la historia de las exploraciones y descubrimientos que se producen cuando las sumas de ansiedades personales cristalizan en un proyecto colectivo. La primera circunnavegación de la Tierra constituye una de estas ocasiones, pues más allá de la fascinante historia de ambición, arrojo y alta política que esconde, fue el resultado de impulsos largamente cultivados y específicamente ibéricos. En el contexto de una historia global, el viaje de Magallanes y Elcano fue el momento cenital de los descubrimientos españoles y portugueses. En este sentido, es fundamental resaltar que, hacia 1512, todo indicaba que la competición por llegar a las Molucas y la especiería sería ganada por la corona portuguesa. Vencedores en la competición por arribar al sur africano e India, fueron súbditos lusos los primeros en alcanzar Ceilán, productora de canela, así como los estrechos de Malaca. No podía pasar mucho tiempo antes de que llegaran a Ternate y Tidore, en las Molucas, las mayores productoras de clavo y nuez moscada del mundo. Las voluntades humanas y el azar desempeñaron, sin embargo, un papel decisivo.
Magallanes era un gentilhombre y consumado navegante que, cansado del rechazo –lógico en todos los sentidos– del monarca luso Manuel el Afortunado a sus propuestas de alcanzar la deseada especiería por la ruta del Oeste, en 1517 ofreció sus servicios a Castilla, donde se naturalizó. De acuerdo con su arriesgado plan, Asia se debía encontrar mucho más cerca de América de lo que se pensaba. Si navegaba hasta unos 75º Sur, podría hallar el deseado estrecho que hoy lleva su nombre, para entrar en el Pacífico. Es importante resaltar la organización moderna y capitalista de la primera vuelta al mundo. Los banqueros de Sevilla actuaron como los inversores privados que la empresa merecía, a cambio de un quinto de los beneficios durante 10 años. El 20 de septiembre de 1519, con el apoyo del monarca español recién entronizado, el joven Carlos I, Magallanes y sus hombres partieron de Sevilla en cinco embarcaciones: Trinidad (la almiranta), San Antonio, Concepción, Victoria y Santiago. Magallanes decidió prudentemente pasar el invierno austral en San Julián, en la costa patagónica. La Santiago naufragó y la tripulación de la San Antonio desertó. Entre octubre y noviembre de 1520, los tres barcos restantes fueron capaces de cruzar los 500 kilómetros de lo que hoy es el estrecho de Magallanes, lleno de laberintos y canales, hasta desembocar en el Pacífico.
En realidad, aquel momento de gloria marcó también el fracaso del proyecto original de la expedición, pues el paso a Asia se encontraba tan al sur que hacía inviable el comercio especiero desde Europa por esa ruta. Da una idea también de la dificultad de la navegación que hasta 1579 –cuando el navegante y cosmógrafo Pedro Sarmiento de Gamboa, procedente de Lima y por órdenes del virrey Francisco de Toledo, logró pasar el estrecho de oeste a este, del Pacífico al Atlántico– esa ruta no fuera conocida. En realidad, a diferencia de Sarmiento, Magallanes tuvo la suerte de contar en 1520 con vientos favorables del suroeste.
«Nadie esperaba la dimensión gigantesca del Pacífico; fueron cuatro meses de interminable y espantosa navegación»
Nadie esperaba la dimensión gigantesca del Pacífico. Fueron cuatro meses de interminable y espantosa navegación. El hambre y el escorbuto causaron innumerables bajas e incontables sufrimientos a los expedicionarios, que se vieron obligados a comer serrín, cuero, bizcocho con gusanos, trozos de vela y ratas. Tras 99 días sin ver tierra, el 6 de marzo de 1521 llegaron a la isla de Guam y poco después a Samar y Mactan, en Filipinas. Allí, Magallanes y sus principales capitanes, que se implicaron en contiendas de los “reyezuelos” locales, fueron asesinados. Las dos embarcaciones que quedaban, la Trinidad, gobernada por Gonzalo Gómez de Espinosa, y la Victoria, por Elcano, pusieron rumbo a las Molucas. Su llegada al sultanato de Tidore se produjo el 7 de noviembre de 1521. Habían transcurrido ocho meses de la muerte de Magallanes y casi dos años desde la partida de la península. Los españoles trabaron amistad con el rey Almanzor, cargaron especias y se dispusieron a regresar, pero la Trinidad hacía demasiada agua para intentarlo.
Elcano y la circunnavegación
En tales circunstancias, Elcano se comprometió a conducir la Victoria directamente a España por la ruta del Oeste, el Índico y el Atlántico. Fue entonces cuando surgió la idea de dar la primera vuelta al mundo, como una manera original y desesperada de retornar que llevaba implícita la idea de circunnavegación, si Elcano lograba llevarla a buen término. La Trinidad intentó regresar por la ruta de procedencia, según el plan original de Magallanes. Fracasó, pues sus 17 marinos fueron capturados por los portugueses y reducidos a cautiverio. La Victoria fue aligerada de carga y partió de Tidore el 21 de diciembre de 1521, con 47 europeos y 13 indios. Elcano puso rumbo sur hasta la isla de Mare, en Indonesia, donde cargó madera, luego a la isla de Moa, donde carenó la nave durante dos semanas, y siguió a Timor, en cuyo puerto de Amaban recogió agua y alimentos. El 11 de febrero de 1522 zarpó dispuesto a navegar medio mundo sin escalas, para retornar a España.
Fue un viaje de más de cinco meses por el sur de Asia y África oriental y meridional, alejado de las costas, para no ser descubierto por los portugueses. En julio de 1522, en Cabo Verde, algunos tripulantes que habían desembarcado en busca de bastimentos cayeron prisioneros. Elcano continuó rumbo al Norte. El 6 de septiembre arribó a Sanlúcar de Barrameda. Hubo que remolcar la nave hasta Sevilla, donde desembarcaron los 18 supervivientes de la Victoria, con un cargamento de más de 500 quintales de clavo y otras especias, además de madera de sándalo.
El viaje fue rentable gracias a la venta de estas mercancías. Fue una prueba de la eficacia del incipiente capitalismo global, que se establecía desde la península ibérica. Se había demostrado que la Tierra era redonda y se habían unido las rutas a Asia por oriente y occidente. Elcano falleció en 1526, en la siguiente expedición española a las Molucas, en las inmensidades del Pacífico. Hasta 1565 no logró el agustino Andrés de Urdaneta, por encargo de Felipe II, determinar la ruta de Filipinas a México, el famoso tornaviaje, que enlazó, durante la era de la navegación a vela, Asia con América.
Vivir para contarlo. De Pigafetta a Zweig
La más importante narración y la única completa de la primera vuelta al mundo fue escrita por el joven Antonio Pigafetta. Nacido en Vicenza de noble origen entre 1480 y 1491 y muerto en la misma ciudad hacia 1534, pasó a España en 1518. Pronto trabó gran amistad con Magallanes, convertido en su patrón, que le permitió acompañarle en su viaje a la especiería en el grupo de criados del capitán y sobresalientes, lo que le permitió observar y escribir su famosa relación de viaje a partir de los diarios que fue acumulando y, milagrosamente, conservó.
Tras retornar a España, Pigafetta viajó a Lisboa, Francia, Mantua, Roma y Venecia, en busca de apoyo para dar a conocer sus escritos. Radicado en Italia desde 1523, enfrentado a Elcano y empeñado en atribuir todo el mérito del heroico viaje a Magallanes, Pigafetta escribió una relación que fue publicada tras su muerte, en 1536. Exacto y fantasioso al mismo tiempo, basado en las notas que tomaba a diario, es rico en detalles etnográficos, zoológicos y geográficos y evidencia la inmensa curiosidad de su autor. Destacan su capacidad de observación y de comunicación con los nativos, de los que recogió abundante información etnográfica y lingüística; el despliegue de conocimientos literarios, artísticos y científicos, dignos de un humanista; el espíritu de providencialismo religioso; la atención a las técnicas curativas y la sintomatología de las enfermedades; o la atención a los detalles, que muestra las dificultades para comprender las realidades tan ajenas que aquellos navegantes extraordinarios habían hallado. No hay que olvidar que Pigafetta escribió en la atormentada Europa de la década de 1530, cuando las tropas sublevadas del emperador Carlos I de España y V de Alemania acababan de saquear Roma, soldados españoles habían ocupado Milán y Nápoles, o el cisma protestante se hallaba en su apogeo. Su relación es hostil a Elcano y sus antiguos patrones españoles.
Cuatro siglos después, en 1938, el novelista austríaco refugiado de los nazis y residente en Estados Unidos, Stefan Zweig publica Magellan: Conqueror of the Seas, traducida de inmediato al francés (1939), holandés (1940), español (1943) o hebreo (1951), entre otros idiomas, en multitud de ediciones sucesivas. El Magallanes de Zweig es un superhéroe irreprochable, humanitario y cosmopolita, una figura que enamora al lector y lo envuelve con la narrativa hipnótica de su autor. “Enemigo jurado del derramamiento de sangre, verdadero antípoda de todos los otros conquistadores”, solo pide al rey de Cebú el reconocimiento del dominio protector de España. Tras su muerte, Zweig señala: “Que a esa flota tan mermada le falta el verdadero guía, el probado almirante Magallanes, se verá pronto en el indeciso curso que siguen los barcos. Como ciegos, como deslumbrados, andan a tientas por el archipiélago de la Sonda”.
El prejuicio incontestable contra Elcano, heredado por Zweig de la animadversión de Pigafetta, no queda disimulado al presentarlo como taimado traidor: “Sebastián Elcano, entonces un joven ‘sobresaliente’ vasco, se puso, en cambio, aquella noche al lado de los amotinados… Coronarán las estrellas con un destello de inmortalidad la frente de quien precisamente quiso poner obstáculo a la acción de Magallanes, del agitador un día contra el almirante: Sebastián Elcano”. A Zweig no le parece tan complicado su retorno: “Nada hay muy difícil, a primera vista, en el encargo de gobernar un barco desde las Molucas a España. Porque ya desde principios de siglo, las flotas portuguesas van y vienen periódicamente. La inmensa dificultad que Elcano ha de arrostrar consiste precisamente en que no solo debe prescindir de estas estaciones de abastecimiento, portuguesas, sino evitarlas dando grandes rodeos”. El libro de Zweig es una maravillosa ficción con algunos datos históricos. Pero la historia es otra cosa. ●
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