El 22 y 23 de noviembre, Suráfrica acogió la cumbre de líderes del Grupo de los Veinte (G20), reuniendo a los jefes de las economías más poderosas del mundo junto a representantes de la Unión Europea y la Unión Africana (UA). Era la primera vez que un país africano presidía el grupo. Desde el principio, escépticos dentro del país describieron la presidencia como un “cáliz envenenado” que podía tensar enormemente al gobierno en un contexto de creciente competencia geopolítica. En parte, aquellos temores se confirmaron.
Antes incluso de celebrarse la primera reunión sustantiva del G20 bajo presidencia sudafricana, el recién investido presidente estadounidense Donald Trump desconcertó a Pretoria al acusar al gobierno, en febrero, de “promover violencia desproporcionada” contra terratenientes blancos. La incertidumbre sobre si Estados Unidos participaría en la cumbre se convirtió en un tema constante en los medios locales. Trump anunció en septiembre que no asistiría y, el 7 de noviembre, declaró que prohibía a todos los funcionarios estadounidenses acudir, calificando la organización sudafricana del G20 de “vergüenza total”. Como consecuencia, el vicepresidente JD Vance canceló su viaje a Suráfrica y una visita posterior a Kenia. La cumbre de 2025 fue así la primera sin un líder estadounidense desde que empezaron estos encuentros en 2008.
Aun así, muchos observadores sostuvieron que Suráfrica gestionó con habilidad una tarea difícil. Defensora del multilateralismo desde el fin del apartheid en 1994, Suráfrica intentó emplear su presidencia para preservar la cooperación multilateral y favorecer la coordinación económica entre potencias de visiones divergentes, entre ellas China, Rusia y Estados Unidos. El presidente Cyril Ramaphosa recompuso relaciones deterioradas con la Unión Europea, acercó a países del Sur Global a socios occidentales y ganó apoyo para una visión basada en “solidaridad, igualdad y sostenibilidad”. También buscó integrar más estrechamente a la UA en el G20, tras su incorporación en 2023, organizando consultas previas a la cumbre en Addis Abeba y otras sedes.
«La ausencia de Estados Unidos redujo el perfil del encuentro, aunque numerosos países expresaron su respaldo a los anfitriones»
Posapartheid, Suráfrica ha mantenido una firme defensa del multilateralismo. Sin embargo, contrastó la energía de sus iniciativas diplomáticas con la limitada asistencia y los escasos resultados que podía ofrecer la cumbre. La ausencia estadounidense rebajó la visibilidad del evento, aunque varios gobiernos se alinearon con Pretoria y criticaron la postura de Washington, advirtiendo que no haría sino debilitar su influencia futura. También se esperaba la ausencia del presidente ruso Vladimir Putin, que dejó de viajar a países obligados a ejecutar la orden de arresto de la Corte Penal Internacional. Rusia envió en su lugar a un alto cargo. El presidente chino Xi Jinping envió previsiblemente al primer ministro Li Qiang. Javier Milei, presidente de Argentina, tampoco asistió, aparentemente en sintonía con las posiciones de Trump, su aliado político y principal financiador.
A ello se sumó la complejidad de que Suráfrica debía transferir formalmente la presidencia rotatoria del G20 a Estados Unidos durante la cumbre, un procedimiento que quedó envuelto en incertidumbre. Tampoco parecía probable que la reunión concluyera con una declaración conjunta, algo sin precedentes en el grupo. Ramaphosa, no obstante, se mostró imperturbable al ser preguntado por el boicot estadounidense: “El G20 seguirá adelante; los demás jefes de Estado estarán aquí. Tomaremos decisiones fundamentales y su ausencia será su pérdida”. El 18 de noviembre, el ministro surafricano de Exteriores Ronald Lamola afirmó que los países presentes podían adoptar igualmente una declaración y que la cumbre “debería enviar un mensaje claro de que el mundo puede avanzar con o sin Estados Unidos”. Al día siguiente, los medios informaron de que Washington había advertido formalmente a Pretoria que bloquearía cualquier resultado presentado como consenso del G20.
Un mundo dividido
Las recientes cumbres del G20 han mostrado la creciente discordia entre las grandes potencias, especialmente desde la invasión rusa de Ucrania. La preparación del encuentro de 2025 no fue distinta. Las divisiones sobre las guerras en Ucrania y Gaza impidieron posiciones comunes, aunque funcionarios occidentales atribuyeron la dificultad de debatir sobre Ucrania a la presencia de Rusia. El Chair’s Summary de la primera reunión de ministros de Exteriores mencionó un “acuerdo” en apoyar “todos los esfuerzos hacia una paz justa en Ucrania, Palestina, Sudán, la República Democrática del Congo y otros conflictos de gran envergadura”. Estados Unidos estuvo representado por su encargado de negocios en Suráfrica, quien tuvo dificultades para hacerse oír y dimitió poco después por motivos familiares.
La oposición estadounidense a la presidencia sudafricana tenía raíces más profundas. Desde el inicio, y a lo largo de más de un centenar de reuniones de ministros, instituciones financieras, líderes empresariales y centros de pensamiento, Washington mostró rechazo hacia lo que percibía como una agenda progresista: gobernanza global inclusiva, alivio de deuda para países de bajos ingresos y financiación para resiliencia climática y transición energética. Ramaphosa trató de avanzar prioridades africanas sorteando divisiones geopolíticas, pero la administración Trump se opuso de forma constante.
Aunque Estados Unidos participó en algunos grupos de trabajo, envió sobre todo funcionarios de bajo rango sin peso diplomático o centrados en promover sus propias posiciones. Suráfrica ajustó sus procedimientos en consecuencia. En un debate sobre energías renovables, el ministro de Energía llegó a realizar un recuento para mostrar quién respaldaba la postura sudafricana tras la negativa estadounidense. Solo Arabia Saudí evitó pronunciarse. En finanzas, sin embargo, Suráfrica logró un comunicado conjunto en julio en apoyo a la independencia de los bancos centrales y a la importancia de la Organización Mundial del Comercio.
El desdén estadounidense fue también político. El secretario de Estado Marco Rubio criticó en febrero las supuestas políticas “antiestadounidenses” de Pretoria. Washington cargó contra sus leyes de equidad laboral, la demanda sudafricana contra Israel ante la Corte Internacional de Justicia, su pertenencia a los BRICS y sus buenas relaciones con China y Rusia.
Trump acusó repetidamente a Suráfrica de ignorar asesinatos de agricultores blancos y de confiscar sus tierras, afirmaciones desmentidas por los datos disponibles. Aunque la policía pocas veces desglosa estadísticas por raza, los surafricanos negros –incluidos propietarios y trabajadores agrícolas– tienen un riesgo mucho mayor de ser asesinados que los surafricanos blancos. El Estado no ha confiscado tierras ni retirado propiedades a agricultores blancos. A pesar de los esfuerzos de Ramaphosa por suavizar tensiones en una reunión televisada en la Casa Blanca, Washington no modificó su postura.
Las consecuencias fueron amplias. En 2025, Estados Unidos canceló programas sanitarios clave, expulsó al embajador surafricano, retiró 1.000 millones de dólares en financiación climática, impuso aranceles del 30 % a las exportaciones sudafricanas (salvo algunos minerales estratégicos y productos agrícolas) y aceleró la entrada de decenas de afrikáners que alegaron ser víctimas de violencia. Pese a ello, Pretoria confiaba en negociar una futura rebaja arancelaria, algo condicionado al nombramiento de un nuevo embajador aceptable para Washington.
Multilateralismo persistente
La hostilidad estadounidense tuvo el efecto inesperado de fortalecer el apoyo internacional hacia Suráfrica. Las relaciones con la Unión Europea, tensas desde 2022 por su neutralidad frente a la invasión rusa de Ucrania, mejoraron notablemente. Las maniobras navales conjuntas con Rusia y China habían causado preocupación en socios occidentales, pero en el encuentro del G20 de febrero el ambiente cambió. La alta representante europea Kaja Kallas habló incluso de “reencontrar viejos amigos”.
En menos de un mes, funcionarios europeos y surafricanos se reunieron en Ciudad del Cabo en la primera cumbre bilateral en siete años. La UE prometió movilizar 4.700 millones de euros de inversión y, en octubre, elevó su compromiso hasta 11.500 millones, con fondos para minerales críticos y para el desarrollo de hidrógeno verde.
Este respaldo permitió sostener la Alianza para una Transición Energética Justa, considerada vital para recortar la dependencia del carbón sin destruir empleo y para reforzar la cohesión social. Su éxito podría transformar a Suráfrica en un actor clave de energía verde, pese a ser actualmente el mayor emisor del continente. La UE interpretó este paquete también como una apuesta estratégica por reforzar vínculos con África.
Suráfrica aprovechó además su presidencia del G20 para cultivar nuevas alianzas comerciales. Ramaphosa envió al vicepresidente a Moscú en junio, viajó a la Conferencia Internacional de Tokio sobre Desarrollo Africano en agosto y su ministro de Comercio participó en reuniones de alto nivel en India ese mismo mes. Pretoria firmó acuerdos con China para ampliar exportaciones agrícolas. En contraste, las relaciones con Taiwán se deterioraron después de que su oficina de representación fuera trasladada a Johannesburgo, movimiento interpretado como una concesión a la presión china en vísperas de la cumbre.
El liderazgo de Ramaphosa también ganó terreno a nivel interno. Su gobierno de unidad, formado tras las ajustadas elecciones de 2024, sobrevivió a tensiones entre el ANC y la Alianza Democrática, incluidas demoras presupuestarias y reemplazos ministeriales. Mirando hacia las elecciones locales de 2026, Ramaphosa enfrenta el reto de reforzar al ANC y preparar una sucesión que restaure la credibilidad del partido.
Perspectivas de la cumbre
Estados Unidos había indicado su intención de “volver a lo básico” y limitar el trabajo del G20 a cuestiones de estabilidad financiera cuando asumiera la presidencia, lo que implicaría desmantelar la mayoría de grupos de trabajo, especialmente los dedicados al clima, la salud y la igualdad de género.
Ramaphosa, sin embargo, procuró preservar las iniciativas impulsadas en 2025. Entre ellas destacaba el Panel de Expertos para África, un órgano de alto nivel encargado de asesorar sobre cómo adaptar las políticas del G20 a las prioridades de desarrollo africanas y promover la reforma de la arquitectura financiera global. Asimismo, buscó dejar un legado duradero mediante la creación de un Comité de Expertos sobre Desigualdad dirigido por el premio Nobel Joseph Stiglitz. Su informe recomendó establecer un panel internacional permanente sobre desigualdad, vinculando su avance a la erosión democrática y al auge de “demagogos autoritarios”. Subrayó además la necesidad de reforzar los Derechos Especiales de Giro del FMI y de reformar la fiscalidad internacional para garantizar una tributación justa y eficaz de multinacionales y grandes fortunas. Pretoria estudiaba usar este trabajo para orientar las políticas de Ramaphosa durante el resto de su mandato y para promover su adopción por Naciones Unidas y otros organismos.
El resultado decepcionante en la cumbre no respondió a la falta de esfuerzo surafricano, sino a la volatilidad geopolítica y al abierto desprecio de la administración Trump hacia Pretoria. Aunque Suráfrica no logró proyectar la imagen de unidad global que deseaba, cerró 2025 con relaciones exteriores más sólidas y con vínculos fortalecidos con las potencias emergentes del Sur Global.
Suráfrica debería continuar en esta línea, relacionándose constructivamente con todos los miembros del G20, incluidos Estados Unidos cuando sea posible. Ramaphosa mantuvo el foco en la lucha contra el cambio climático, la crisis de deuda africana y la financiación de la transición verde. Debería seguir defendiendo las prioridades africanas en la gobernanza global y procurar que iniciativas como el panel de desigualdad y el Panel de Expertos para África perduren más allá de la presidencia sudafricana del G20. En un mundo polarizado y saturado de desinformación, equilibrar sus relaciones será clave para reforzar su credibilidad, ampliar su apoyo internacional y atraer la inversión exterior que necesita urgentemente.
Artículo traducido del inglés, publicado originalmente en International Crisis Group el 20 de noviembre de 2025.

No habrá paz para Europa
Malí: al borde del colapso ante el empuje yihadista
Washington militariza el Caribe
Defensa europea: cuenta atrás a 2030
