Venezolanos protestan ante la sede de la ONU en Nueva York, el 27 de septiembre de 2018. GETTY

Venezuela hacia el #10Enero en tres memos imaginarios

Carmen Beatriz Fernández
 |  27 de noviembre de 2018

Venezuela se aproxima al 10 de enero de 2019, fecha en que de acuerdo con la Constitución Nacional debe asumir funciones el presidente electo. Lo anterior no tendría nada de particular si no fuera porque esa “elección” ha sido reconocida por muy pocos países. En efecto, tras la convocatoria electoral del 20 de mayo, el grupo de Lima, integrado por 14 países americanos, desconoció el resultado de dichas presidenciales. Otro tanto ocurrió con la Unión Europea.

Curiosamente, fue alguien percibido como aliado coyuntural del gobierno de Nicolás Maduro quien primero puso acento en la fecha de marras. “Maduro hasta el 10 de enero tiene la legitimidad de unas elecciones que nosotros reconocemos, pero el 10-E se le acaba ese mandato, y empieza uno en base a unas elecciones que no reconocemos”, dijo hace semanas el ministro de Asuntos Exteriores de España, Josep Borrell. Defender el régimen de Maduro más allá del 10/01/2019 es muy cuesta arriba, hasta para sus aliados, puesto que la “elección” que le reeligió no ha sido reconocida por ningún país occidental.

La fecha representa un hito importante. Pero no solo por sus implicaciones constitucionales, mucho menos porque Maduro vaya a sufrir de un súbito arranque de rectificación democrática, sino porque esa fecha llega en el momento oportuno con la magnificación de la crisis venezolana extra-fronteras. Significa el 10 de enero esa gota que derrama el vaso de la hecatombe nacional.

El éxodo venezolano ha vuelto a poner al país en los reflectores globales. Y las alertas de ese éxodo sobre los países receptores imprimen un sentido de urgencia a una acción de presión colectiva desde el exterior.

Venezuela llegará a 2019 con los niveles de producción petrolera que tenía en 1927, una merma de más de las dos terceras partes de la producción de hace una década, y con cerca de un millón de enfermos de malaria, similar a la cantidad de enfermos palúdicos que tenía en 1936. Casi un siglo de retraso esbozan ambos indicadores. Pero además estrenará el año con una inflación interanual próxima al 1.000.000%. Aun sin mayor elaboración ni más análisis socio-económicos, solo estas tres cifras nos explican que la tragedia venezolana cobre hoy millones de víctimas de una expatriación forzada. Según estimaciones hechas por Facebook, estas víctimas alcanzan los 3,8 millones de venezolanos que se han visto forzados al exilio en los últimos años.

La situación es insostenible, y no solo en Venezuela. Viene causando un severo desequilibrio hemisférico y llevando las fronteras de la tragedia venezolana a varios países latinoamericanos, con duras implicaciones en la saturación de los sistemas socio-sanitarios de países hermanos como Colombia, Perú y Ecuador, así como brotes xenófobos. La migración forzosa en Venezuela puede superar a la de la crisis siria, que alcanza seis millones de almas para una década de conflicto bélico. Puede hacerlo, además, de una manera mucho más acelerada y con menos capacidad paliativa.

Pero además cerca de un 38% adicional de la población venezolana tiene planes de emigrar, según una encuesta reciente de C21. Esto significa que otros 10 millones de venezolanos podrían hacerse parte del éxodo a medio plazo y convertir a la región en un verdadero polvorín. Hay que atajarlo antes de que ocurra, y es ante esto que el 10 de enero de 2019 luce como un oportuno e inequívoco deadline.

Así las cosas, hay que partir de una premisa: el objetivo último de toda acción internacional respecto a Venezuela va a ser lograr restaurar el equilibrio perdido. Pero ello no necesariamente es sinónimo de restablecer la democracia. Si la democracia contribuye al equilibrio, bienvenida sea, de lo contrario la comunidad internacional podría hacer ciertas concesiones. Recuperar el necesario equilibrio hemisférico no significa automáticamente deponer a Maduro. Por eso el régimen de Maduro y sus actores claves se empeñan en hacer creer que pueden lograr una mínima estabilidad.

¿Qué le recomendaría un asesor a Maduro? ¿Qué a la oposición? ¿Y qué a la comunidad internacional? Hagamos el ejercicio…

 

Primer memorándum // LO QUE LE RECOMENDARÍA UN ASESOR A MADURO: La competencia es por el equilibrio. Demuestre que tiene el control.

“La receta es simple, presidente: controle la hiperinflación, controle la emigración, elimine la bicefalia en su gobierno, divida a la oposición y convenza a la comunidad internacional de que Ud. puede”, le debe de haber dicho ya a Maduro un asesor cubano, o del célebre grupo CEPS, think tank asociado al partido político español Podemos. Por ello, el gobierno hace esfuerzos por demostrar que puede controlar el país, con las promesas de disciplina fiscal, con el plan Vuelta a la Patria y con el anuncio de la “policía de fronteras”.

Hace poco más de un año, el responsable del departamento de Estado de EEUU Michael Fitzpatrick afirmó que “en Venezuela hay una dictadura, pero el gobierno de Maduro es legítimo”. Como en aquel imperecedero consejo de Sun-Tzu en su célebre Manual de la Guerra, el departamento de Estado dejaba una puerta abierta por donde puedan salir los enemigos. Si esa puerta no existiera, una fiera herida peleará con fiereza hasta morir, y un adversario acorralado se tirará al conflicto como única salida. Pues bien, esa puerta entreabierta se cierra el 10 de enero, y hasta entonces hay oportunidades de negociar.

Con frecuencia se analizan solo dos actores de la crisis venezolana: gobierno y oposición. Suelen hacerse referencia a los conflictos de la oposición, por ser más visibles, pero el chavismo tampoco es monolítico. Muerto Chávez quedó un archipiélago de poderes con puentes que se interrelacionan, donde cada islote mantiene sus intereses particulares. Hacer creíble la promesa del equilibrio geopolítico también implica para Maduro eliminar ese archipiélago de poderes. Tal como lo hizo ya con Rafael Ramírez y PDVSA, y lo acaba de hacer con González López, pieza clave del aparato represivo de la dictadura, y de Diosdado Cabello.

El peor enemigo de esa oferta de equilibrio desde el gobierno es, desde luego, el propio Maduro. El presidente posee una pulsión al caos, que le mueve a “huir hacia adelante” ante las crisis políticas serias. En cada punto de inflexión vivido desde 2013, cuando el agua le llegaba al cuello, Maduro decidió crear un problema mayor a futuro, buscando sobrevivir el presente. Un día a la vez. Otro tanto ocurrió tras la derrota en las parlamentarias de diciembre 2015, tras las protestas por el referéndum revocatorio –cuando Maduro dio un salto hacia la Asamblea Constituyente–, o con las negociaciones en República Dominicana de diciembre 2017 al adelanto de las elecciones presidenciales de 2018.

Conocido este patrón de conducta, no puede desestimarse que la presión por la fecha del 10 enero pueda llevar a Maduro a otra acción desesperada, como un referéndum constitucional o una convocatoria de elecciones presidenciales, calculando la desarticulación opositora.

 

Segundo memorándum // LO QUE LE RECOMENDARIA UN ASESOR A LA OPOSICIÓN: La competencia es por el equilibrio. Evidencien que pueden tener el control, a una única voz.

“La receta es simple de enunciar, aunque difícil de llevar a cabo: manténgase en unidad de propósito y de acción, respeten la institucionalidad, no tengan miedo de medirse, demuestren que sabrían gobernar una transición y convenzan a la comunidad internacional de que quieren tomar el poder”, diría el memorándum de otro hipotético consultor, asesorando a la oposición.

He escuchado frecuentemente la queja entre actores políticos internacionales de que en la oposición venezolana no se sabe con quién se debe hablar. La oposición democrática es dispersa, fragmentada y variopinta y ello, que podría ser un activo, se percibe como signo claro de desorganización. Mientras la oposición no sea unitaria, o no sea claramente dominante una de sus posturas, no será una opción de poder. Si ello no ocurre la comunidad internacional podría pasar de apoyar a la oposición para que sea alternativa, a ayudar al gobierno para que mejore su gobernabilidad. Puede sonar duro, pero es realpolitik.

Es posible agrupar hoy las posturas opositoras en dos tendencias divergentes: los electoralistas y los intervencionistas. Los llamados “electoralistas” suelen argumentar que la oposición ha ganado elecciones cuando ha sido mayoría, y se remiten con frecuencia al caso 2015 y la Asamblea Nacional. Tratan al sistema político como una constante K ignorando que tras cada proceso electoral el régimen le dio una vuelta de tuerca al sistema, transformando lo que constituía una “cancha inclinada” en algo más parecido a una pared vertical. A partir de las regionales 2017 se obstaculizaron las salidas electorales. A corto plazo la salida electoral no sería viable, argumentan los “intervencionistas”. Estos abogan por una más vigorosa intervención internacional, en lo comercial, lo diplomático, lo financiero e incluso lo militar. Todas las opciones deben estar sobre el tapete, puesto que para que en Venezuela sean posibles las elecciones nuevamente, como opción para dirimir conflictos, deben darse antes cambios fundamentales.

¿En verdad son tan distintas e irreconciliables las opciones? El rechazo a la intervención es relativa… Las salidas por fuera se ven cada vez más como válidas, conforme el tiempo avanza sin soluciones concretas que se avizoren. El rechazo a las elecciones es solo coyuntural, y habría consenso de aplicarse algunos cambios básicos con mediación internacional. Sería posible que un nuevo proceso de negociación, presionado por la amenaza realista de la intervención condujera a una nueva constitución del CNE o incluso un arbitraje electoral internacional.

Demostrar que la oposición es capaz de lograr el equilibrio implica varias cosas: en primer lugar, la existencia de unidad que sume dentro/fuera, electoralistas/intervencionistas, o al menos una dominancia muy clara de una de las facciones sobre las otras. En segundo lugar, el reconocimiento de las instituciones, y aquí la Asamblea Nacional es el principal resquicio institucional del que pudiera asirse una transición a la democracia. Tanto la comunidad internacional como los electores necesitan percibir jerarquías y muestras de liderazgo, no hay que temerle a la conducción de primarias abiertas. Existe una enorme necesidad de articular unicidad del mensaje político, coincidente en un mínimo de una decena de elementos claves, en los que se comprometan los actores fundamentales. Puede hacerse. El Frente Amplio ofrece hoy una plataforma que ha logrado enormes avances en acuerdos políticos y sociales, en un marco generoso y amplio que puede acobijar esa diversidad.

 

Tercer memorándum // LO QUE LE RECOMENDARÍA UN ASESOR A COMUNIDAD INTERNACIONAL: La competencia es por el equilibrio. Hay que buscar alianzas con quien mejor lo garantice.

“La receta es simple: crea alianzas con quien prometa el equilibro de manera verosímil. Y juega a dos, tres o cuatro bandas de ser necesario”, poco más o menos diría el memorándum de un hipotético asesor de la Unión Europea y el departamento de Estado.

El Banco Mundial publicó recientemente un elocuente análisis que muestra cómo la hiperinflación venezolana corre a la misma vertiginosa velocidad del éxodo masivo. La hiperinflación se correlaciona de manera casi perfecta con la hiperemigración. Sin embargo, correlación no implica causalidad. Y la causa de fondo del éxodo forzado es un gobierno que ha fallado sistemáticamente en proveer los mínimos que proveería cualquier otro gobierno.

Maduro no puede resolver el problema de la hiperinflación. No sólo por la falta de disciplina fiscal que las finanzas públicas exhiben desde que asumió el poder, ni siquiera por el fuerte dogmatismo que rodea al círculo de poder. La razón fundamental es la profunda desconfianza que Maduro inspira en los mercados y en la población venezolana. Siendo la economía la más “blanda” de las ciencias “duras”, la confianza es un elemento fundamental para cualquier plan de ajuste destinado a controlar una hiperinflación que diezma a la población venezolana e impulsa a su éxodo.

El cambio político es imprescindible para desatar el nudo gordiano que tiene en vilo a toda la región latinoamericana. Debemos saber que aquí no hay ningún manual explícito. La dictadura de Maduro es un proceso inédito en el mundo, derivado de un gran entramado de corrupción y crimen. Dictaduras ha habido muchas, pero la de Maduro combina dos elementos singulares:

Uno: es la conclusión de un proceso de tiranización de una sociedad democrática (han sido mucho más frecuentes los procesos de democratización de las sociedades).

Dos: el de Maduro constituye un régimen que combina lo que se ha caracterizado como Estado fallido (incapaz de proveer los estándares mínimos admisibles a la sociedad) con el Estado forajido (que incumple convenios internacionales, tiene vínculos con el mundo del crimen, e irrespeta los derechos humanos).

Si a ello agregamos que este régimen singular está sentado sobre las reservas energéticas más grandes del mundo, se puede concluir que es ciertamente imposible encontrar aquí un “manual” de democratización. Sin embargo, está claro que el caso venezolano tiene interés global, tanto por ser un “anti-modelo” que atenta contra los valores democráticos y de derechos humanos del mundo occidental, como en términos de la seguridad global. Ambas cosas conducen a la acción internacional, tanto preventiva como defensiva.

Hay por tanto una convicción: una situación sin precedentes, probablemente requiera para resolverse una solución también sin precedentes. Y esta solución posiblemente derive de la convergencia entre las posturas del espectro electoralista y el intervencionista de la oposición venezolana. Esta solución no convencional, como respuesta a un problema hasta ahora poco conocido en la geopolítica mundial, de la dictadura que lleva a un país al caos, podría llevar a una elección forzada por presión militar internacional, con unas reglas explícitas de transición democrática.

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