Bajo el lema “Gobernabilidad Democrática frente a la Corrupción”, la VII Cumbre de las Américas convoca entre el 13 y 14 de abril a líderes de todo el hemisferio, salvo Venezuela. GETTY

VIII Cumbre de las Américas: hostilidad, disenso y heterogeneidad

Sandra Zapata
 |  12 de abril de 2018

La Cumbre de las Américas constituye una de las herramientas preferenciales para tomar el pulso al multilateralismo y analizar las posibilidades de cooperación y conflicto en las relaciones hemisféricas. Desde su fundación en 1994, el foro ha sido más una fuente de conflicto que de integración o unidad, ya que su concepción refleja el poder ideológico e institucional característicos de la hegemonía de Estados Unidos; lo primero por ser difusor de la ideología neoliberal, y lo segundo por estar enmarcada en el seno institucional de la Organización de Estados Americanos (OEA), hito del proyecto panamericanista estadounidense.

Las reuniones trianuales que convocan a los 35 jefes de Estado y gobierno del continente americano constituyen un espacio para redefinir la relación de EEUU con una región que desde la década de los noventa discurre entre el revisionismo y la instrumentalización de las políticas emanadas por el hegemón hemisférico. Su objetivo constitutivo fue allanar los caminos para el establecimiento de un Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA) –usando el modelo del TLC con Canadá y México firmado también en 1994– en un continente que venía desmantelando el Estado e implementando cabal e instrumentalmente las políticas emanadas del Consenso de Washington. Pero llegada la primera década del siglo XXI, América Latina sufría los devastadores efectos de la globalización neoliberal, de tal manera que la Cumbre de Mar del Plata de 2005 pasó a la historia por sepultar dicha iniciativa a la voz de “ALCA, ALCA, ALCARAJO”, popularizada por Chávez.

Con ello, la región retomó una política exterior revisionista. Inaugurada la década del nuevo regionalismo latinoamericano –con ALBA, Unasur, CELAC– que vigorizaron la idea de la “Patria Grande”, las cumbres posteriores fueron escenario de medición de fuerzas y poco consenso: 2009 culmina sin firma unánime, 2012 sin una declaración final. Para 2015, la cita en Panamá marcó el acercamiento entre Cuba y EEUU y engrandeció la posibilidad de ejercer una mayor autonomía latinoamericana, cuando simbólicamente todos los países se vieron como socios.

Hoy, la VIII Cumbre en Lima se desarrollará en un panorama marcado por tres aspectos que concurren en las relaciones interamericanas: la vuelta al poder duro, la retórica hostil y el unilateralismo en la política exterior estadounidense; la configuración de Latinoamérica como una región en disputa entre China y EEUU, y el replanteamiento del mapa político regional.

 

¿Regresa la Doctrina Monroe?

Donald Trump privilegia el hard power sobre el soft power. La preminencia de las políticas de fuerza sobre la diplomacia son evidentes cuando el departamento de Defensa aumenta su presupuesto en más de 60 millones de dólares, mientras el departamento de Estado y órganos conexos a la diplomacia pública ven su presupuesto para 2018 recortado un 32%. La llegada a la secretaría de Estado del ultraconservador Mike Pompeo –exdirector de la CIA–, quien considera que “Venezuela podría convertirse en un riesgo para EEUU” y no descarta la posibilidad de “algún tipo de intervención”, nos retrotrae a la política unilateral-injerencista –puro estilo Doctrina Monroe, “América para los americanos”–, recientemente reivindicada por el vicepresidente de EEUU, Mike Pence, en su gira de agosto 2017 por la región. Últimamente, Pompeo se había convertido en el brazo de apoyo del senador Marco Rubio, adalid del orquestamiento de los supuestos “ataques sónicos” en Cuba que culminaron con la retirada de diplomáticos de ambas embajadas, imprimiendo otro retroceso en las antagónicas relaciones entre estos dos países. Adicionalmente, Trump ha despertado una ola de antipatía con su propuesta de construir un muro en su frontera sur, con sus descalificativos a los inmigrantes –México, fuente de “asesinos y violadores”; Haití y El Salvador, “países de mierda”–, que han conseguido que su imagen en el continente –donde ahora flamean banderas de derecha– se desplome de un 49% de promedio en 2016 a un 24% en 2017, llegando en casos como el de México a un 85% de desaprobación.

 

La alargada sombra de China

En lo económico, la cita de Lima se desarrollará en el marco de la guerra comercial a pequeña escala entre China y EEUU, donde América Latina queda como una región en disputa por parte de estos grandes poderes. El gigante asiático desafía pacientemente la “gobernanza mundial” instaurada por EEUU e intensifica los vínculos comerciales con Latinoamérica, convirtiéndose actualmente en el segundo socio comercial para la región. En efecto, entre 2000 y 2017 las importaciones realizadas por los países latinoamericanos desde EEUU disminuyeron de un 50% a un 33%, mientras que las importaciones desde China crecieron de un 3% a un 18%. El comercio bilateral sino-latinoamericano se multiplicó un 26% en esta época, haciendo que países como Brasil, Chile, Perú y Uruguay tengan como socio comercial principal al país asiático. Con este telón de fondo, se espera que Trump busque sacar provecho de la Cumbre persuadiendo a sus homólogos para seguir siendo el socio comercial preferente. Como él sostiene, “su arte son los negocios”.

 

Corrupción, cambio y cumbre vacía

El tema “Gobernabilidad Democrática frente a la Corrupción” convoca entre el 13 y 14 de abril a todos los líderes del hemisferio excepto Venezuela, “desinvitada” por Perú con el aval del Grupo de Lima. Los escándalos de Lava Jato, Panama Papers, Cambridge Analytica y Odebrecht son algunos de los casos de corrupción vigentes en un continente donde la mayoría de los países alcanzan menos de 50 puntos en el Índice de Percepción de Corrupción 2017, siendo 0 muy corrupto y 100 muy transparente. Irónicamente, el anfitrión del encuentro, Pedro Pablo Kuczynski, dimitió, días antes, envuelto en la trama de sobornos de Odebrecht y el intento de compra de votos a legisladores para evitar su salida de la presidencia. Esto se suma a los cambios políticos que se avienen en la región. Paraguay, al igual que México, Brasil y Colombia –los tres países más poblados de América Latina– se encuentran próximos a dejar sus curules y Raúl Castro renunciará unos días después de la Cumbre.

Esto redibuja el mapa político regional y augura una Cumbre vacía: con pocos consensos, signada por la impopularidad de sus representantes y sin que Trump realice su primera visita a la región. El mandatario ha delegado en Pence para exponer las prioridades hemisféricas de la Casa Blanca, quien probablemente vuelva a repetir eso de “EEUU primero no significa EEUU solo”.

¿Qué esperar del encuentro? Los logros prácticos de las cumbres han sido limitados y las tendencias que hoy confluyen podrían acentuar el disenso, si EEUU se empeña en aislar a las naciones que no se ajusten a su visión de mundo. Ciertamente, se ahondará en la interrogante acerca del fortalecimiento de la unidad en una región tan heterogénea como única, que afrontará un nuevo panorama político después de la cita.

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