La negativa de Donald Trump a vender sus empresas o transferir su gestión a un blind trust, gestionado por un ejecutivo externo que no informa a los propietarios, está inquietando a los analistas debido a los insalvables conflictos de interés que se van a generar cuando el presidente electo comience a gobernar en Washington. Después de que la prensa argentina informara que en su llamada al presidente Mauricio Macri, Trump aprovechara la oportunidad para hablarle de sus negocios inmobiliarios en Buenos Aires, el Wall Street Journal subrayó que si quiere ser un presidente exitoso, tendrá que sacrificarse y vender sus empresas.

La elección de Donald Trump ha convertido a la canciller Angela Merkel en el nuevo referente del orden liberal establecido tras la desaparición de la Unión Soviética y a Alemania en la piedra angular sobre la que recaerá el peso de la unidad europea y la alianza transatlántica. En su carta de felicitación al presidente electo, Merkel prometió colaborar con la nueva administración, pero introdujo una cláusula de condicionalidad basada en el respeto a los valores comunes.

La liberación de visados a ciudadanos ucranianos ha sido la primera medida tomada por Bruselas para calmar el nerviosismo de Kiev ante la posibilidad de que Donald Trump alcance un acuerdo con Vladimir Putin para repartirse esferas de influencia en el este de Europa. En esa especie de Yalta 2.0, Ucrania podría ser sacrificada para apaciguar al Kremlin.

En el último foro Sir Bani Yas –que congrega anualmente a expertos, políticos y diplomáticos de la ONU, EEUU, Rusia, China y países árabes y europeos en Abu Dhabi, invitados por Abdulá bin Zayed, ministro de Exteriores de Emiratos Árabes Unidos (EAU)–, la mayor parte de las discusiones se centraron en el futuro del acuerdo nuclear cerrado entre Irán y el G5+1 en julio de 2015 y al que Donald Trump ha calificado como el “peor negociado de la historia”, prometiendo abrogarlo durante su mandato.

Pocos años después de que la Iglesia católica nombrara a su primer Papa no europeo desde tiempos medievales, la Compañía de Jesús, con cuatro siglos de existencia, no ha querido quedarse atrás eligiendo como prepósito general –el llamado “Papa negro”– al venezolano Arturo Sosa Abascal. Dadas las estrechas relaciones entre el pontífice, él mismo jesuita, y la Compañía –sometida a él por un especial voto de obediencia–, todo indica que el tándem latinoamericano en Roma va a actuar con mayor coordinación en la región. Y sobre todo en Venezuela, donde la Santa Sede ha comenzado a desempeñar un papel mediador clave.