El avance de los partidos radicales –euroescépticos y eurófobos– en las elecciones al Parlamento Europeo del 25 de mayo, con la consiguiente mayor erosión del bipartidismo compartido por conservadores y socialdemócratas, debería ser un revulsivo para la construcción europea y las instituciones comunitarias, ahora ensimismadas en la batalla política por la presidencia de la Comisión Europea.

La contundente victoria de Petro Poroshenko en las elecciones del 25 de mayo –55% de los votos con una participación del 60%– y la subsiguiente recuperación por el ejército ucraniano del aeropuerto de Donestk, tomado por milicias prorrusas, han devuelto la iniciativa a Kiev.

La irrupción en el escenario político libio del general Khalifa Haftar, un antiguo opositor a Muamar el Gadafi, con buenos contactos con la CIA y ciudadanía estadounidense, ha añadido a la violencia anárquica y la fragmentación política la amenaza de una dictadura militar.

Hace unos 10 años, Tailandia proyectaba la imagen de un “tigre asiático” que combinaba altas tasas de crecimiento con democracia. El golpe de Estado del general Prayuth Chan-ocha, la ley marcial, la suspensión de la Constitución, el cierre de decenas de medios de prensa y la detención de los líderes de la oposición han desvanecido ese espejismo.

Los sorpresivos resultados de la primera vuelta de las elecciones presidenciales colombianas, con el pase a la segunda ronda del candidatopresidente, Juan Manuel Santos (25,6% de los votos), y del candidato uribista Óscar Iván Zuluaga (29,2%), han reducido el debate electoral a casi un único punto: el proceso de paz con las FARC, que se someterá así a un referéndum de facto el 15 de junio.