El “plan de 28 puntos para la paz en Ucrania” propuesto por Estados Unidos no es para Ucrania. Ni siquiera es para Rusia, aunque su redacción se haya hecho con aportes rusos. Más bien, la propuesta apunta a beneficiar a una sola persona: el presidente estadounidense Donald Trump.
Al igual que el plan de paz de la administración Trump para Gaza, el esquema que se propone para Ucrania busca anotarse una “victoria” rápida en política exterior. Para un presidente al que le encanta presentarse como pacificador, es una oportunidad no sólo de atribuirse el mérito de un alto el fuego, sino también de posicionarse como el actor clave en su implementación. Así como el alto el fuego en Gaza –que Israel ha violado en forma reiterada– está bajo supervisión de una “junta de paz” dirigida por Trump, la paz en Ucrania sería “supervisada y garantizada” por un “consejo de paz” al mando del propio Trump.
Esto no implica un compromiso de Trump con garantizar una paz duradera. El plan no abunda en detalles, de modo que una reanudación de las hostilidades es casi segura. Pero eso sería en el futuro, un terreno que a Trump no le interesa demasiado. Le sirve para distraer al electorado estadounidense de sus vínculos con el pedófilo convicto Jeffrey Epstein.
Como era de esperar, el plan de paz está muy sesgado a favor de Rusia y cumple muchas de las demandas planteadas por el presidente ruso Vladímir Putin para poner fin a la guerra: Crimea, Luhansk y Donetsk pasarían a ser territorios rusos; Ucrania retiraría sus fuerzas de la parte de Donetsk que controla; y se le vedaría el acceso a la OTAN. En tanto, Rusia sería “reintegrada” a la economía mundial.
Pero el plan de Trump dista de ser la solución soñada por Putin. Para empezar, exige que Rusia consagre en forma de ley una política de no agresión hacia Europa y Ucrania, y reconoce la posibilidad de que Ucrania ingrese en la Unión Europea. Además, 100 000 millones de dólares en activos rusos congelados se invertirían en esfuerzos de reconstrucción de Ucrania dirigidos por Estados Unidos, que recibiría el 50% de los beneficios.
Aunque el plan estipula un levantamiento “por etapas” de las sanciones contra Rusia, el proceso estaría sujeto al arbitrio de Trump, y es improbable que los ingresos petroleros rusos se recuperen pronto. Trump está decidido a convertir a Estados Unidos en uno de los principales operadores gaspetroleros del mundo, por lo que Rusia tendría que coordinar con Estados Unidos la reactivación de su atribulada economía.
Por el momento, Putin ha aceptado el plan estadounidense como base para futuras negociaciones, pero también dejó claro que, en su opinión, la “dinámica actual” de la guerra favorece a Rusia, de modo que no detendrá los combates si Ucrania no acepta sus condiciones. Putin sabe que, de ser necesario, Rusia todavía puede continuar la guerra durante algunos años. Igual que su héroe Iósif Stalin, está plenamente dispuesto a permitir el sufrimiento de la población rusa en aras del poder.
En cuanto a Ucrania, sus opciones son escasas. Aunque la administración Trump trabaja con funcionarios ucranianos para “refinar” el plan –agregando prioridades como la provisión de garantías de seguridad y la soberanía política–, el poder de negociación ucraniano es limitado. Después de todo, el país depende totalmente de Occidente para financiar y armar su defensa; la situación actual sobre el terreno favorece a Rusia; y Ucrania enfrenta una grave escasez de efectivos. Para colmo, el gobierno del presidente Volodímir Zelenski está enredado en un escándalo de corrupción de alto nivel.
La lucha ucraniana se suele presentar –también lo hace Zelenski– como una defensa de los valores democráticos y del derecho internacional (y con razón). Pero Ucrania arrastra desde hace tiempo un problema de corrupción. Si bien tras la Revolución de Maidán en 2014 se hicieron algunos avances, la guerra generó nuevas oportunidades para el tráfico de influencias, especialmente en el círculo íntimo de Zelenski.
Muchos miembros de este club de élite estaban bajo investigación de los organismos locales independientes de control de la corrupción (la Oficina Nacional Anticorrupción de Ucrania/NABU y la Fiscalía Especializada Anticorrupción/SAPO) cuando, en julio, Zelenski intentó que se aprobara una ley que los ataría de pies y manos. Tal vez pensó que los ucranianos y sus aliados europeos estarían demasiado ocupados con la guerra como para prestarle atención. Pero se equivocó: la reacción popular fue tan intensa que al gobierno no le quedó más opción que dar marcha atrás.
Ahora la NABU y la SAPO han descubierto en Energoatom –el consorcio estatal que administra las centrales nucleares de Ucrania– una trama de corrupción encabezada por Timur Mindich, exsocio de Zelenski. Hay varios altos funcionarios involucrados, entre ellos el ahora destituido ministro de Justicia German Galushchenko, el ex viceprimer ministro Alexei Chernyshov y el actual secretario del Consejo de Seguridad Nacional y Defensa, Rustem Umerov. Zelenski afirma que desconocía la trama.
Cuando estalló el escándalo, algunos funcionarios europeos pidieron mayor transparencia en la asignación de fondos ucranianos. Pero, hasta ahora, la dirigencia europea evitó criticar con dureza a Zelenski, por temor a que las revelaciones se usen para imponer a los ucranianos condiciones de paz inaceptables en un momento en que los procesos democráticos formales están suspendidos por la ley marcial. En lugar de eso, la UE priorizó la presentación de una contrapropuesta al plan de Trump, que no descarta el posible ingreso a la OTAN y pospone las negociaciones sobre intercambios territoriales hasta que se logre un alto el fuego.
Aunque el canciller alemán Friedrich Merz se mostró sorprendido por el plan de paz de Trump, lo cierto es que lo conocía un mes antes de su publicación, hecho que algunos han usado para insinuar que las revelaciones de corrupción fueron parte de un complot europeo destinado a dejar a Zelenski más dependiente de la UE. También han aparecido informes que contradicen la afirmación de Umerov de que no influyó en la propuesta estadounidense –en concreto, en la cláusula que concedería “plena amnistía” a todas las partes por sus “acciones durante la guerra”.
Es muy posible que Zelenski consiga convencer a la dirigencia europea de mantener la mira puesta en el “verdadero enemigo”: Rusia. Pero cualquier revelación adicional de corrupción debilitaría su posición en Ucrania –donde ya hay protestas en gestación– y en las negociaciones con Estados Unidos. Al final, el precio lo pagarán los ucranianos. Putin conseguirá avances sustanciales (o incluso todo lo que quería) y Trump podrá decir que él, y sólo él, puso fin a una larga guerra de desgaste.
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