El Museo del Prado es lo más importante para España, más que la monarquía y la república juntas”. Con esta provocadora sentencia, atribuida a Manuel Azaña, al tiempo de proclamar su admiración por el tesoro artístico que guarda entre sus muros esta veterana institución pública, no hacía otra cosa que situar el museo como una principal “razón de Estado”. El Prado como el resto de las galerías nacionales creadas en la era revolucionaria son depósitos privilegiados de la memoria colectiva de los diferentes Estados contemporáneos, formados por los retazos de lo más excelente de la creación del hombre en la historia, unidos por la tradición coleccionista culta de cada uno de nuestros países y, más recientemente, por la revisión académica que nuestras instituciones han propuesto de la historia particular y universal del arte que conservan.
Muchas veces decimos que los museos y su misión han cambiado poco desde su creación en los albores de la edad contemporánea. Lo que ha cambiado es la sociedad y su relación con el arte. Los museos han pasado de ser instituciones estrictamente académicas a convertirse en centros de educación de la sociedad; de ser frecuentados tan solo por artistas, aficionados y especialistas a recibir a millones de ciudadanos que se acercan, desde todas las partes del mundo, atraídos por la singularidad de las obras que atesoran.
No podemos negar el éxito de la transformación que han vivido los museos en las últimas décadas del siglo XX, obligados a ampliar sus instalaciones y proponer un programa de actividades motivador para visitantes, a dirigirse a ellos en varios idiomas y respetando los más diversos orígenes geográficos y culturales.
El triunfo de la razón y la democracia
Los museos occidentales han adquirido un prestigio universal envidiable. Después de más de dos siglos de historia, hoy proyectan…

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