Funeral de siete víctimas del genocidio de 1995 durante una ceremonia de entierro en el cementerio conmemorativo de Potocari, en Srebrenica (Bosnia y Herzegovina), el 11 de julio de 2025. GETTY.

Dayton, 30 años después

Los Acuerdos de Dayton han vuelto al centro del debate político en Bosnia y en Europa. El aniversario llega marcado por el desafío del líder serbobosnio Milorad Dodik al Alto Representante internacional, Christian Schmidt, y por la persistencia de las fracturas institucionales y sociales que el acuerdo dejó sin resolver.
Carlos Carnicero Urabayen
 |  24 de noviembre de 2025

Para comprender el contexto actual, conviene evocar el otoño de 1995. Tras más de tres años de guerra sangrienta en Bosnia, con unos 100.000 muertos y dos millones de desplazados, se reunieron en la base aérea de Wright-Patterson (Dayton, Ohio) los presidentes de Bosnia, Serbia y Croacia: Alija Izetbegovic, Slobodan Milosevic y Franjo Tudjman, bajo la mediación del diplomático estadounidense Richard Holbrooke. El 21 de noviembre, tras casi un mes de negociaciones, se logró un acuerdo inicial, ratificado en París en diciembre de ese año, que puso fin formalmente al conflicto armado.​

El proceso negociador estuvo marcado por la masacre de Srebrenica, donde fuerzas serbobosnias asesinaron a más de 8.000 bosniacos en una “zona segura” de la ONU en julio de 1995. Poco después, la OTAN, amparada por la ONU, lanzó una ofensiva militar sostenida contra los serbios, mientras Croacia ejecutaba nuevas operaciones sobre el terreno, forzando así el contexto que haría posible una resolución diplomática.​

El acuerdo garantizó el mantenimiento de Bosnia y Herzegovina como un único Estado internacionalmente reconocido, pero dividido en dos entidades semiautónomas, la Federación croata-musulmana y la Republika Srpska. La paz vino acompañada del despliegue de una fuerza militar internacional y la imposición de una nueva constitución, contenida en el propio acuerdo.​

Dayton salvó al país de la destrucción, pero con un alto coste para su funcionalidad política. El diseño institucional resultante era sumamente complejo, basado en la idea de tres “pueblos constituyentes” (bosniacos, serbios y croatas), y atribuyendo poder de veto a prácticamente todos los actores clave, lo que ha dificultado cualquier reforma profunda en estos 30 años.

Hoy, Bosnia sigue atrapada en esa arquitectura institucional. El poder sigue fragmentado y los bloqueos de gobierno son frecuentes, impidiendo una toma de decisiones eficaz. Este sistema ha favorecido la consolidación de líderes nacionalistas que explotan las heridas del pasado y promueven discursos identitarios divisivos. Milorad Dodik ejemplifica esta tendencia: utiliza la amenaza de secesión de la Republika Srpska y la desobediencia al Alto Representante como estrategia política, contribuyendo a una sensación de crisis permanente.​

La transición hacia la Unión Europea sigue siendo una aspiración para Bosnia, pero el legado de Dayton y los bloqueos internos complican la transformación del Estado y la consolidación de una paz auténtica. El acuerdo, aunque necesario para detener el derramamiento de sangre, congeló los equilibrios políticos e incentivó una gobernabilidad basada en la desconfianza.​

Las heridas del pasado persisten. La guerra dejó más de 31.000 desaparecidos; hasta la fecha, se han localizado unos 23.500 cuerpos y más de 15.500 han sido identificados por su ADN. El trabajo de exhumación, dirigido por familias y organizaciones de derechos humanos, ha sido clave tanto para la memoria colectiva como para facilitar pruebas en procesos judiciales internacionales. El Tribunal Penal Internacional para la antigua Yugoslavia dictó decenas de condenas, incluidas las de Radovan Karadzic y Ratko Mladic, reconociendo oficialmente el genocidio en Srebrenica.​

El debate sobre la construcción de la memoria histórica sigue abierto. Persisten políticos y sectores que niegan el genocidio y glorifican a criminales de guerra, mientras las reformas legales recientes, como la tipificación penal de la negación del genocidio en 2021, han permitido las primeras condenas contra exaltadores del crimen de Srebrenica y de figuras como Mladic en 2024. No obstante, la pedagogía histórica y los relatos sobre la guerra permanecen fragmentados por líneas étnicas y territoriales.​

Recientemente, la investigación iniciada por la Fiscalía de Milán sobre presuntos “safaris de la muerte” durante el asedio de Sarajevo ha reavivado la atención internacional sobre la brutalidad del conflicto y el largo camino hacia la justicia. El documental Sarajevo Safari (2022) ya exploró la supuesta implicación de extranjeros adinerados como francotiradores, y ahora podría abrirse un nuevo frente judicial fuera de Bosnia, recordando que las consecuencias penales de la guerra siguen vigentes 30 años después.​

La gran lección de Dayton es compleja: permitió la paz y detuvo una guerra feroz, pero no consiguió construir un Estado plenamente funcional ni una sociedad reconciliada. Bosnia continúa entre la esperanza europea y la regresión nacionalista, pendiente aún del reto clave: superar el corsé institucional de Dayton sin arriesgar la paz lograda, la mayor conquista de estas tres décadas.​

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